El viaje en busca de la perdida dignidad uruguaya
Imagine usted por un instante que lo meten en el túnel del tiempo para un fugaz viaje. Imagine que le dicen que es para buscar a un hombre alto, fuerte y negro.
El supuesto guía le informa que le llaman el "Negro Jefe". Usted no demora mucho en relacionar ese apodo con Obdulio Varela. Se emociona y al mismo tiempo no comprende la intención.
El viaje es instantáneo y cuando usted se da cuenta ve a ese negro vestido igual que los jugadores de la selección uruguaya en ese estadio yanqui.
Usted mira para el costado para comprender pero el guía ya no está.
Sigue mirando con asombro por la televisión y piensa que se ha vuelto loco. Pero después de unos segundos se anima a sí mismo y se alegra. Aunque aún no sabe por qué.
Miles de mexicanos trepidan en el estadio de última generación con aire acondicionado incluido. Fija sus ojos en ese Negro que sigue impávido.
Entonces empiezan a escucharse los acordes del himno chileno para homenajear a los uruguayos. Usted no entiende nada. Al parecer el único atónito es el golero Muslera que mira a sus compañeros pero no sabe qué hacer.
Entonces sucede algo que le hace erizar la piel. Ese Negro camina dos pasos hacia el árbitro y le dice: "Me permite", tras lo cual le arranca la pelota.
Acto seguido el Negro, de reojo, mira a los restantes jugadores y con voz pausada les dice: "Nos vamos muchachos". Como niños de escuela los jugadores de la selección siguen a ese gigante hacia el vestuario.
Usted acomoda el sillón para sentarse mejor y seguir la historia pero no puede porque está entumecido. Entonces se para.
Las cuatro tribunas estallan de ira. Ya en los vestuarios una nube de dirigentes rodea a ese Negro y le imploran que vuelva a la cancha porque se había tratado de un error.
¿Quién lo dice?, pregunta el Negro.
Bueno, los organizadores.
Son de palo, responde el Negro sin que se le mueva un pelo.
Pero, hay 50 mil mexicanos que nos quieren comer. ¿Qué hacemos?
¿Mexicanos?, pregunta el Negro y enseguida agrega, en realidad son yanquis que votan a ese Trump que va a levantar un muro para que no entren más de ellos. Son de palo, repite.
Pero Señor, dice con respeto el presidente de la AUF, no le parece esta medida un poco exagerada. No olvide el fair-play.
En primer lugar me habla en castallano y por otra parte estos tipos fueron los mismos que le dieron dos cadenas perpetuas a Luis por darle un beso en la oreja a ese italiano, dispara el negro que no olvida nada.
Los jugadores celestes no emiten el más mínimo ruido. Solo miran a ese hombre de estatura monumental.
El vestuario celeste es un volcán. El Negro sigue con la pelota debajo del brazo. Le piden por favor que busque una solución.
El Negro ni siquiera sonríe cuando lanza: Está bien, o consiguen puntos o por lo menos a ver si les sacan unos mangos a estos malandros.
Está bien, está bien, Señor, gritan a coro y todos salen corriendo a negociar con los organizadores.
Por primera vez un esbozo de sonrisa aparece en ese rostro de roca pura.
Mira a los celestes y les dice. Está bien, muchachos, vamos a la cancha.
Entonces el Negro aparece de nuevo. Mira las tribunas enardecidas y se queda parado. Como por arte de birlibirloque los hinchas callaron.
Tiró la pelota y se esfumó. Ya había ganado otro partido.
El hombre frente al televisor no podía creer todo lo que acababa de ver.
Si, fue un sueño, se dijo, pero un sueño de dignidad.
CL
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