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CAUSA ABIERTA

El 'Hannibal Lecter de los Andes"

El 'Hannibal Lecter de los Andes"

Hace 11 años, bajo el puente de un municipio del estado fronterizo de Táchira se encontraron varios cadáveres descuartizados y dispersos que habían sido parcialmente cocinados en unas rústicas ollas. Desde entonces, Dorangel Vargas, un indigente esquizofrénico que se presume que pudo haberse "comido" al menos a una docena de personas, espera en la comandancia de la policía de San Cristóbal en un limbo legal.
La historia del 'Hannibal Lecter de los Andes', como también se le conoce a Dorangel, conmovió a Venezuela en febrero de 1999. Las desapariciones de varias personas en las inmediaciones del puente Libertador de San Cristóbal Bajo se resolvieron al descubrir que habían servido de alimento a Dorancel, quien a sus 42 años vivía en un angosto túnel bajo ese puente, después de haber pasado por la cárcel y el psiquiátrico y haber abandonado el hogar familiar en varias ocasiones.
Dorangel entró entonces en el imaginario colectivo venezolano como un siniestro y peligroso personaje de cuento para no dormir con el que se aterroriza a los niños y a la morbosa galería de asesinos en serie. Esta visión de un monstruoso Dorancel se debió sobre todo al tratamiento sensacionalista con que los medios de comunicación realizaron la cobertura de los crímenes del río Torbes.
No es difícil encontrar en internet vídeos de las entrevistas que se le realizaron al personaje, que aseguraba que los humanos "sabían como peras", que los hombres delgados eran deliciosos y que incluso algunas de las personas a las que invitó a comer en su precario rancho habían alabado las empanadillas hechas de su pana (amigo) Manuel, que "como era tan buena persona seguro que tenía que estar bien sabroso".
Pero de lo que nadie parece acordarse es que el sobrenombre de 'Comegente' le venía a Dorangel de unos cuantos años atrás, cuando en 1995 pasó una temporada entre rejas por un crimen similar. La fiscalía revisó su caso y, como enfermo mental, lo sobreseyó.
Pero su paso a la libertad no estuvo bajo vigilancia familiar y psiquiátrica, por lo que Dorangel volvió a las calles de San Cristóbal, donde acabó viviendo a las orillas del Torbes con Manuel, compañero en el presidio y que acabó sus días convertido en el más típico plato criollo.
Este dato lo rescató el colombiano Sinar Alvarado durante la investigación que le llevó a escribir 'Retrato de un caníbal', con el que ganó en 2005 el Premio de Periodismo de Investigación. Alvarado entrevistó a Dorangel en 2004 para la revista 'El Gatopardo'.
Allí se encontró a un enfermo mental desquiciado, atormentado por los "espíritus" (como él mismo los llama) que no le dejan dormir y "vienen a molestar". Por eso consideró conveniente contrarrestar la versión amarillista de los medios de comunicación locales, que fueron "irresponsables, exagerados, ofrecieron datos inexactos con base en rumores morbosos y condenaron a Dorangel a un linchamiento moral sin precedentes".
Así, al más puro estilo de Truman Capote, desentrañó a través de las páginas de este extenso reportaje el perfil psicológico de Dorangel y reconstruyó sus crímenes gracias a la multitud de entrevistas que sostuvo con los implicados en el caso.
Sus víctimas
Según el único perfil psiquiátrico que se ha realizado del "canibal", se trata de "un asesino en serie, desordenado como consecuencia de su enfermedad, aunque con un método a la hora de escoger sus víctimas: hombres de entre 30 y 40 años, nunca niños ni mujeres".
Quizás porque éste es también el perfil de la gente que se atrevía a pasar por debajo del túnel de Dorancel, quien después de dejar inconscientes a los desprevenidos viandantes les cortaba la cabeza, los pies, las manos y los genitales externos aunque "cuando más apuraba el hambre hacía una sopita con ellos", según declaró ante la policía.
Ya son 11 años los que Dorangel lleva en la Comandancia de Policía de San Cristóbal en ese limbo jurídico. Debido a su enfermedad mental no le pueden juzgar y la inexistencia de cárceles para dementes en Venezuela y de un compromiso de su familia de responsabilizarse y garantizarle seguridad y atención médica le obligan a permanecer en esa celda donde los delincuentes sólo están de paso.
Una celda en la que prefiere dormir en el suelo, como hacía bajo el puente Libertador, y en la que su única esperanza es que pasen los días sin que sus espíritus, sus muertos, se le aparezcan para enturbiar su asombrosa calma. (Mundo)

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