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CAUSA ABIERTA

En barrio de Venezuela las madres tomaron el poder y acabaron con la violencia

En barrio de Venezuela las madres tomaron el poder y acabaron con la violencia

La guerra declarada entre las bandas armadas de La Quinta y Portillo, dos pequeñas localidades del barrio popular de Catuche, en el centro de Caracas, dejó decenas de "madres huérfanas".

Algunas de ellas, en los casos más trágicos, perdieron hasta cinco hijos.

"En ese tiempo (en los años 80 y 90) todo el mundo estaba enculebrao", le dice a BBC Mundo una de las madres, Yanara Tovar, en referencia a una lógica de violencia en la que todos estaban involucrados.

Una culebra, en el lenguaje de los barrios venezolanos, es un problema que se va a arreglar por las malas.

Algunas madres, incluso, jugaban roles en esta lógica criminal: denunciaban a los rivales, vigilaban, hasta escondían las armas en sus hornos.

Pero todo eso cambió, en 2006, cuando las madres firmaron, en sus palabras, un "acuerdo de paz".

Desde entonces, no ha habido un solo homicidio en Catuche producto de este enfrentamiento histórico entre La Quinta y Portillo.

"No es que se hayan vuelto panas (amigos), pero ya no se están matando", explica Tovar.

Las madres, una solución a la violencia en Venezuela

Durante las últimas dos décadas esta violencia criminal ha convertido a Venezuela en uno de los países más inseguros del mundo.

Los casi 18.000 homicidios que reportó la Fiscalía el año pasado, la mitad de lo que contabilizaron las ONG especializadas, revelan un país tomado por la violencia.

Y la mayoría de esos homicidios, según diferentes estudios, se dan en los barrios populares, donde se lucha por el prestigio y el control del territorio; donde una fiesta de viernes, ese escenario mayor para mostrar supremacía, puede terminar en una masacre.

Algunos analistas han atribuido la violencia en Venezuela a un quiebre afectivo entre la madre y el hijo, que se da por diferentes razones y tiene como consecuencia diversas actitudes de heroicidad en el joven.

El sacerdote jesuita Alejandro Moreno, quizá el venezolano que más conoce la problemática de los barrios, argumenta en su trabajo académico que la madre venezolana es una vía para que los adolescentes dejen de buscar copiar "el modelo de malandro".

"La familia popular venezolana es matricentral, porque ante la ausencia o intermitencia de la figura del padre, es la madre quien pone las normas de vida", le explica a BBC Mundo.

"Si tú les das el control del barrio a esa madre, los muchachos van a reaccionar, y eso es lo que pasó en Catuche", asegura Moreno.

En Catuche, en efecto, las madres pasaron de ser las alcahuetas de la violencia a las gestoras de paz.

Mediadora de paz

Doris Barreto llegó a Catuche en los años 90 enviada por otro reconocido sacerdote jesuita y hoy rector de la Universidad Católica Andrés Bello, Francisco José Virtuoso.

La trabajadora social maneja desde entonces la sede de la organización católica Fe y Alegría en este barrio caraqueño.

"Cuando llegué tenía pánico", le cuenta a BBC Mundo. "Los malandros se paraban en la puerta de la Fundación a ver quién era yo y a mí me daba un escalofrío cuando pasaba al lado de ellos".

"Pero a la semana logré que me dieran los buenos días, y con el tiempo me fui dando cuenta que ellos en realidad querían trabajar por la comunidad, a la que consideran su familia, pero había que canalizar esas ganas", explica.

Sentada en un comedor que sirve de salón de clases, Barreto dice que una frase de los muchachos la dejó marcada: "Para acabar con la violencia no es con nosotros (lo malandros) que debes hablar, es con la viejas chismosas".

Es decir: las madres.

Esa frase la recordó Barreto cuando una de ellas, que venía de ver cómo su hijo caía abatido en un nuevo enfrentamiento, le propuso realizar una asamblea entre los habitantes La Quinta y Portillo en la Fundación.

Barreto -aconsejada por el padre Virtuoso- dijo que sí, pero pidió que solo fueran las madres.

"Hicimos la reunión con unas diez madres de cada lado; ese día lloramos, rezamos, nos abrazamos", recuerda.

Resolvieron que los muchachos firmaran un acuerdo de paz con cuatro resoluciones principales:

    Si se incumple el acuerdo una vez, se llama a una reunión de las madres (sin la madre del muchacho que lo incumplió).
    El que rompa el acuerdo tres veces se denuncia a la policía.
    No se pueden traer extraños al barrio.
    No se pueden prender encendedores en la calle (la señal de abrir fuego).

El acuerdo de paz firmado lo guardó Doris. Desde entonces nadie ha sido denunciado.
El valor del chisme

Pero sí ha habido reuniones, y una de ellas fue por el hijo de Yanara Tovar, la madre que citaba arriba.

"Un día me echaron el chisme de que mi hijo Adrián estaba vendiendo droga, así que les pedí a mis comadres que lo investigaran y lo corroboraron", le cuenta a BBC Mundo.

"Luego se hizo una reunión sin mí y él fue; le dieron una semana para deshacerse de la droga y no volvió a vender", relata.

Adrián, que hoy trabaja como mensajero en una moto, es un joven risueño y flaco, con la cara marcada por cicatrices.

Por petición de su madre, no le solicité una entrevista.

"Él nunca había mostrado intenciones de ser malandro", asegura Yanara. "Lo que pasa es que eso es lo que les exige el ambiente; es la ley de la calle", explica.

Tovar admite que si bien en Catuche la violencia se erradicó, el barrio no es inmune a que las problemáticas que vienen del resto de Caracas, considerada la ciudad más violenta del mundo.

"A veces los chamos (muchachos) se han enfrentado con gente de otros barrios, por fuera de acá, pero eso ya les hemos dicho que es problema de ellos y de la policía".

"Control sobre toda la ciudad no podemos tener, pero acá, al menos, no vamos a permitir que dejen más madres huérfanas".

Con eso, lograron lo que que ninguna autoridad venezolana: que los malandros obedezcan.

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