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CAUSA ABIERTA

Amodio, el traidor venerado

Amodio, el traidor venerado

“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”, decía Jorge Luis Borges a propósito de Tadeo Isidoro Cruz, el sargento que en medio de una encerrona renegó del uniforme e hizo frente a sus propios soldados, en defensa de Martín Fierro.

Algo así, del orden de la iluminación, debe haber experimentado Héctor Amodio Pérez cuando decidió renegar de los tupamaros y redimirse mediante la colaboración con los militares. O tal vez, más sencillamente, lo hizo porque quería salvar el pellejo y evitarse apremios físicos, y todo eso que dice ahora sobre la desgracia de haber pertenecido al MLN es puro humo; una forma algo ingenua de minimizar un error magnificando otro. Nunca lo sabremos.

Lo que sí sabemos es que para Cruz cambiar de bando supuso perder lo poco que tenía y transformarse, como Fierro, en un fugitivo. Para Amodio, en cambio, la voltereta significó no sólo zafar de la cárcel, sino obtener el salvoconducto a una vida nueva en otro país.

Cuesta entender a santo de qué se le ocurrió volver, si allá tenía casa, trabajo y familia, pero así son las cosas: el destino persigue al hombre hasta que lo alcanza, aunque para alcanzarlo tenga que hacerle trampas, seducirlo con tonterías y prometerle éxitos que no llegarán nunca.

En ese caso, de las trampas participaron todos los que le doraron la píldora para que viniera a cantar sus verdades sin temor a la venganza de los traicionados. Olvidaron avisarle que la Justicia tiene el mal hábito de seguir trabajando aunque los temas salgan del candelero, y que tal vez podía pasar lo que pasó: que a alguien se le ocurriera no sólo indagar en cuánto sabía él de algunas causas en curso, sino incluso preguntar qué participación había tenido en varios delitos que estaban siendo investigados.

Y una cosa trajo a la otra y Héctor Amodio Pérez terminó procesado por haber participado en la detención de personas que serían luego torturadas, o que morirían bajo la custodia de las fuerzas represivas. Claro que esa no es la única ruindad de la que se lo acusa, pero es la que constituye delito a ojos de la jueza Staricco, y es por la que termina procesado.

Es importante aclarar que Amodio no está pagando con cárcel el hecho de haber sido traidor, sino el de haber participado, en forma totalmente irregular, en actos que supusieron salvajes violaciones de los derechos humanos cometidas contra individuos que estaban bajo la custodia del Estado.

Por eso no entiendo muy bien de qué habla Nelson Fernández, en El Observador, cuando dice que Amodio pensó que estaba amparado por la ley de amnistía. Claro que estaba amparado. Amodio no está preso por los delitos que, eventualmente, pudo haber cometido como tupamaro.

Por esos delitos fueron juzgados muchos de sus ex compañeros, y pasaron (los que sobrevivieron) años en la cárcel o en el exilio. Él no enfrenta ningún cargo por su pasado guerrillero. Está siendo acusado, en cambio, de delitos cometidos en el marco del terrorismo de Estado.

Tampoco entiendo muy bien la pregunta acerca de lo que debe hacer un preso en el interrogatorio. ¿Realmente creerá Nelson Fernández que lo esperable, lo razonable, lo defendible es que los detenidos entreguen a sus compañeros para hacer más fácil el trabajo policial? Siempre pensé que un procedimiento abominable de ciertos marcos jurídicos es ese que permite canjear castigo por delación.

Lo vemos todo el tiempo en las películas: el rufián que no tiene salida puede elegir hacer un trato a cambio de una reducción de la pena. Así, por el sencillo mecanismo de transformarse en soplón, un asesino, un mafioso, un criminal de cualquier laya puede negociar su condena y, eventualmente, quedar libre de polvo y paja y hasta contar con protección policial.

En cuanto a la observación de Gabriel Pereyra, un día antes, en el mismo diario, acerca de que Amodio “se puso del lado de la ley”, la respuesta (aunque él no la haya visto, aparentemente) está en el fallo judicial: “Las detenciones efectuadas en ese periodo, no fueron detenciones amparadas bajo ninguna norma. […] implicaban el ser detenido sin ninguna causa, sin pasar en muchos casos por algún juzgado, y todavía ser víctimas de distintos apremios físicos. Y cuando se lograba ir a un juzgado era para cumplir un simple formulismo”.

Lo que me llama la atención es que a esta altura, con las cartas tan vistas, un medio de prensa pueda ubicarse, sin ningún pudor, del lado de la dictadura. Que pueda defender sin sonrojarse la actuación de las fuerzas represivas. Que efectivamente haya periodistas que consideren que Amodio se pasó al lado de los buenos y que actuó, no sólo conforme a la ley, sino conforme a la moral y a la ética.

En algo, sin embargo, estoy de acuerdo con El Observador: Amodio no puede ser el único. Por eso es probable (es deseable) que este procesamiento abra el camino a otros similares, porque se sabe que muchos civiles colaboraron con el terrorismo de Estado. También es esperable que todas las causas actualmente en curso vayan cerrándose no por imposibilidad de seguirlas sino porque, al contrario, la información aparece, los testimonios son tomados en cuenta y los culpables son sometidos a la Justicia.
Autora Soledad Platero para Caras y Caretas

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