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CAUSA ABIERTA

Admiradores y detractores del papa Francisco esperan su visita a Estados Unidos

Admiradores y detractores del papa Francisco esperan su visita a Estados Unidos

Cuando el papa Francisco, el líder espiritual más inquietante del mundo, aterrice en Washington D.C. la próxima semana, será recibido por una multitud de admiradores y un gran despliegue mediático. Lo cierto es que es bastante raro que un papa consiga poner de moda el catolicismo y que del Vaticano salgan buenas noticias. Es más, el rol de Francisco como reformista y su don de gentes han dejado sin argumentos incluso a los más críticos con la Iglesia Católica.

Bajo su deslumbrante y luminosa narrativa subyace un mensaje entre líneas que el propio papa Francisco reconoce. En Estados Unidos, epicentro financiero mundial, el Papa ha desafiado a la economía al proponer que la riqueza de las clases altas de la sociedad se distribuya y llegue a las clases populares, al tiempo que pone en tela de juicio la “autonomía absoluta de los mercados”. Esto generará fuertes tensiones entre los políticos norteamericanos, dado que Francisco tratará la cuestión del capital en un contexto especialmente tenso para Estados Unidos.

Hay un gran número de católicos −la mayoría de ellos republicanos− que se presentan como precandidatos a las elecciones presidenciales, en un momento en el que el papa ha puesto la desigualdad económica, el cambio climático y los problemas de los inmigrantes como prioridades de su pontificado. Las elecciones presidenciales de 2016 están a la vuelta de la esquina y Francisco −primer papa jesuita y primer papa del Cono Sur− será el primer pontífice de la historia que se dirija al Congreso de los Estados Unidos en una sesión plenaria. Sus oyentes en la cámara estarán muy atentos a sus palabras. Casi un tercio de los miembros del Congreso son católicos y uno de cada diez congresistas estudió en una universidad jesuita. Este es el caso del portavoz de la Casa Blanca John Boehner, quien invitó al papa al Capitolio.

Meses antes de que anunciara su visita, se hicieron públicas muchas tensiones en Washington. El año pasado intentó ver la luz una sencilla resolución de un juzgado que pretendía reconocer “las declaraciones y acciones inspiradoras” del papa: consiguió un mínimo apoyo republicano. Un miembro del Partido Republicano dijo a The Hill que la resolución fracasó porque la imagen del papa es “demasiado liberal” y “se parece al presidente Obama” cuando habla de cuestiones vinculadas a la desigualdad.

¿Un nuevo discurso político católico?

En las últimas décadas, antes de la elección del papa Francisco, una minoría de obispos católicos, de intelectuales conservadores con bastante peso en Roma y de celosos guardianes de la cultura tuvieron una influencia desproporcionada a la hora de dar voz a la Iglesia en los Estados Unidos. El papa Juan Pablo II denunció la tentación de convertir a los mercados en una especie de “ídolo” y habló crudamente sobre la guerra de Irak. El papa Benedicto XVI destacó el “escándalo de las flagrantes desigualdades” y recibió el apodo del “papa Verde” por sus esfuerzos por conseguir que el Vaticano fuese el primer Estado sin emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. Sin embargo, los republicanos católicos sintieron que el viento soplaba a su favor durante los mandatos de Reagan y Bush, ya que la identidad católica estaba cada vez más relacionada con las posturas de la Iglesia sobre el aborto, la sexualidad y el matrimonio.

“Casi un tercio de los miembros del Congreso son católicos, como el portavoz de la Casa Blanca John Boehner o la líder demócrata Nancy Pelosi”.

Pocos meses después de las históricas elecciones del 2008, en las que resultó elegido Obama, la Universidad de Notre Dame invitó al presidente a presentar la ceremonia de graduación. La política de la Iglesia estaba alejada de la aquellos tiempos en los que el cardenal Joseph Bernardin, de Chicago, se subió al escenario de la Universidad de Fordham en 1983 y realizó una declaración −ya histórica− en la que defendía que el discurso “pro vida” de la Iglesia no debía referirse únicamente al aborto, sino también a muchos otros asuntos morales, como la justicia y la guerra. Los obispos católicos que se oponían a la decisión de Notre Dame de honorar a un presidente defensor de la despenalización del aborto se pusieron de acuerdo para reprocharle fuertemente a la universidad que un antiguo presidente de los obispos estadounidenses diese una conferencia en la que alertaba de que la Iglesia estaba poniendo en riesgo su imparcialidad histórica. “La condena del presidente Obama y de toda la política que representa”, escribió John Quinn, arzobispo retirado de San Francisco, “es, para muchas personas con capacidad de análisis, una señal de que los obispos se han pasado definitivamente al bando republicano en la política estadounidense”.

Los políticos republicanos católicos llevan años viendo cómo sus compañeros demócratas se enfrentan a los juicios proferidos por las altas esferas de la Iglesia Católica sobre temas como el aborto o el matrimonio igualitario. Pero ahora, con el pontificado de Francisco, su postura sobre esos temas es poco habitual y a menudo incómoda. Es por eso que se sienten obligados a explicar por qué no están de acuerdo con el papa (e incluso con las enseñanzas católicas) en ciertos temas.

El republicano Paul Ryan, antiguo miembro del Comité del Presupuesto de la Casa Blanca, no ha tenido reparos a la hora de hacer declaraciones sobre las enseñanzas católicas, para defender los recortes propuestos en los programas estatales de ayudas a familias con pocos ingresos. Sin embargo, cuando el Papa Francisco dijo que esas políticas económicas eran “crueles e inmaduras”, rectificó. Después de elogiar al papa como líder espiritual, Ryan le acarició la cabeza al pontífice −en sentido figurado− con unas declaraciones condescendientes. “El tipo es de Argentina, y en Argentina no han tenido nunca un verdadero capitalismo”, afirmó. “En Argentina tienen un capitalismo clientelista. No tienen un sistema de libre mercado real”.

Meses antes, cuando el papa lanzó su encíclica de junio, la primera en toda la historia de la Iglesia dedicada específicamente a asuntos de ecología y de gestión medioambiental, los republicanos se abalanzaron sobre él. El papa es “un auténtico desastre en lo que se refiere a declaraciones políticas de carácter público”, escribió en Forbes Stephen Moore, católico y director financiero de la Heritage Foundation. Moore afirmó que el papa se estaba posicionando “del lado del movimiento ecologista radical que es esencialmente anticristiano, antipersonas y antiprogresista”.

Jeb Bush, católico converso y candidato a la presidencia por el Partido Republicano, también se mostró muy molesto cuando le preguntaron por la encíclica. “Yo no establezco mi política económica según lo que digan mis obispos, mis cardenales o mi papa”, dijo Bush, añadiendo que la religión es algo que debe tratar de “hacernos mejores personas” en vez de “meterse en el terreno político”.

“El papado de Francisco a menudo coloca a los republicanos católicos en una posición poco habitual e incómoda”.

Esta fue una respuesta reveladora y rara, poco habitual, en un político electo que durante su trayectoria previa había recurrido a la fe para tratar de explicar o defender sus ideas políticas: especialmente cuando siendo gobernador de Florida decidió mantener a Terri Schiavo, una mujer con muerte cerebral, con vida y conectada a un respirador artificial contra la voluntad de su esposo.

A modo de demostración del cambio de enfoque del Vaticano, el cardenal ghanés Peter Turkson, un asesor clave del papa Francisco en la encíclica, criticó a Bush en una entrevista concedida a la CNN por desvincular las obligaciones políticas de la fe y de la moral.

El papa Francisco también se ha convertido en persona non grata para los comentaristas de Fox News y para los tertulianos más conservadores de la radio, que son grandes defensores de los intereses republicanos. En mayo de 2014, cuando Francisco apeló a una “redistribución legítima de los beneficios económicos”, se sintieron especialmente atacados. John Moody, director ejecutivo de Fox News, lo acusó de convertirse en un “político con sotana”. Sean Hannity quiso aleccionar al papa sobre los méritos del trabajo duro. Por su lado, Rush Limbaugh lo tachó de “marxista”. Y, después de la presión ejercida por Francisco para que se tomaran medidas inmediatas con el fin de frenar el cambio climático, Limbaugh atacó de nuevo: “Lo que esta encíclica papal está diciendo es básicamente que todo católico debería votar al Partido Demócrata… ¿De qué otra forma puede interpretarse que el papa parezca Al Gore hablando del calentamiento global y el cambio climático?”.

El papa no es demócrata ni republicano

El papa Francisco y su equipo no ignoran el hecho de que algunos de sus críticos más acérrimos lo esperan en los Estados Unidos. Uno de los principales asesores del papa, el cardenal Óscar Rodríguez Madariaga, de Honduras, ha apuntado específicamente a “movimientos en los Estados Unidos” situados en las antípodas del discurso papal respecto las desigualdades sociales y el cambio climático. “La ideología que envuelve a los asuntos medioambientales afecta demasiado a este sistema capitalista, que no quiere dejar de arruinar el medioambiente porque no está dispuesto a perder ganancias”, dijo explícitamente el cardenal en mayo. El propio Francisco sabe que en Estados Unidos tiene fuertes detractores y se ha dedicado a estudiar sus argumentos antes de su llegada.

Pero, antes de que los liberales canten victoria, es importante decir algo que debería ser obvio pero que algunas veces pasa por alto: el papa Francisco no es demócrata. Su impugnación del consumismo y del individualismo es una llamada de atención a todos los americanos. Un papa que suele hablar de la “cultura de usar y tirar” y que ha declarado que poner fin a una vida humana “no es progresista”, no puede erigirse como líder de la izquierda secular.

Del mismo modo, sería un error infravalorar la capacidad del papa Francisco para definir una nueva postura católica en la vida pública. Robert McElroy, obispo de San Diego −quien tuvo un encuentro con Francisco en marzo− habla del llamamiento del papa a encontrar un “nuevo equilibrio” entre las enseñanzas difundidas por la Iglesia y sus deseos de destinar más medios para afrontar las causas de las desigualdades sociales desde las instituciones, algo que “requiere una transformación del actual discurso político católico en nuestro país”.

No se sabe si esta transformación se afianzará o si se evaporará en el futuro, pero el hecho de que el líder de la Iglesia Católica esté desatando este tipo de debates es una señal inequívoca de que no se puede ignorar el “efecto Francisco”.

John Gehring es director del programa católico de Faith in Public Life y autor de The Francis Effect (Roman & Littlefield, 2015). Síguelo en Twitter en @gehringdc.

John Gehring
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