El infierno de los niños africanos en guarderías ilegales de Israel
Es la hora de la siesta en una guardería pobre del sur de Tel Aviv. La música de un videoclip entra por la minúscula ventana, cubriendo el llanto de decenas de niños y bebés apiñados en el interior.
La guardería de Felicia, una corpulenta ghanesa, es una más de las decenas de establecimientos similares de la capital israelí en los que se amontonan los pequeños inmigrantes ilegales africanos.
Las condiciones sanitarias son tales que las ONG y periódicos hablan de "depósitos de niños", donde cinco bebés de pocos meses ya han muerto desde principios de año en un país de estándares occidentales.
Estas guarderías no son en realidad clandestinas, pero no están controladas por las autoridades. No las cierran porque son la única solución al alcance de los inmigrantes, dice Maya Peleg, directora de Unitaf, una organización financiada por el ayuntamiento que establece guarderías alternativas económicamente accesibles.
- 140 euros al mes -
"Estas estructuras son ante todo un negocio para las mujeres que las dirigen, mayoritariamente venidas de África del oeste", explica Peleg.
Según la ONU, Israel acoge 53.000 refugiados y demandantes de asilo, de los cuales 36.000 son eritreos y 14.000 sudaneses. La mayoría han entrado ilegalmente por el Sinaí egipcio al único país para ellos de alto nivel y accesible a pie.
Israel concede el estatus de refugiado con cuentagotas, dejando a una inmensa mayoría al margen de la sociedad.
Los gastos mensuales del cuidado de un niño en una guardería o a domicilio rondan los 600 euros, una cifra astronómica para estos inmigrantes que viven de trabajos temporales muy precarios.
En las guarderías ilegales, el precio es de 140 euros y solo en Tel Aviv, unas 80 acogen alrededor de 3.000 niños menores de tres años. El objetivo es "trabajar el máximo de horas posible, cuidar al máximo de niños posible, empleando al mínimo personal posible y gastando el mínimo en comida y equipamiento", asegura Maya Peleg.
Biberones sucios en barreños, mochilas, juguetes desordenados en bolsas de plásticos, bloquean la entrada de la guardería de Felicia, donde una decena de bebés, que duermen en cunas alineadas en una sala, lloran, de pie, agarrados a los barrotes.
Un olor agrio de pañales sucios reina en una minúscula sala , ocupada por una decena de niños de un año o dos aglomerados en el suelo con los ojos pegados a la televisión.
- Retrasos a veces irreversibles -
Según Maya Peleg, los niños de corta edad a veces ni salen en todo el día de sus camas.
"El número de adultos no basta para atenderlos de forma individual. A veces les atamos un biberón alrededor del cuello estabilizado con un cojín. Y es así como murió ahogado hace poco un bebé", explica.
Después de varios meses, incluso años, dentro de estas guarderías, "los niños sufren de desarrollo tardío a veces irreversible", lamenta Yaël Meïr, investigadora en psicología en la universidad de Tel Aviv, coautora de un estudio sobre el impacto de estos "depósitos de niños".
"La falta de estimulación afecta a su desarrollo motor, social, cognitivo y afectivo lo que les discapacita, especialmente cuando empiezan a ser escolarizados, por lo que deben ser internados en centros especializados", dice Meïr.
Tras la muerte de los bebés en 2015, el gobierno asignará 56 millones de shekels (13 millones de euros) en cuatro años para la construcción de guarderías del estilo de las de Unitaf. Según Peleg "habrá que ver si permitirá construir suficientes guarderías para cerrar definitivamente las ilegales".
AFP
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