Murió como quería: fusilado
Pocos minutos después de la medianoche en una prisión a las afueras de Salt Lake City, Roonie Lee Gardner, tras pasar los últimos 25 años condenado a la pena capital, ha visto cumplido su deseo de morir frente a un pelotón de fusilamiento. Ni la instancias judiciales de Estados Unidos ni el gobernador Gary Herbert se han interpuesto en el extraño privilegio que correspondía a Gardner por haber elegido el paredón antes de que el plomo y la pólvora fuesen descontinuados en Utah hace seis años como alternativa aceptable para hacer cumplir sentencias de muerte. Tras ser amarrado a una silla especial, encapuchado, y serle colocada una pequeña diana redonda sobre el corazón, Ronnie ha recibido la descarga de un pelotón situado a unos siete metros de distancia y compuesto por cinco voluntarios, procedentes de unidades policiales estatales. Todos armados con fusiles de 7 milímetros de calibre a los que previamente se había repartido cuatro balas de verdad y una de fogueo, por aquello de tranquilizar con un poco de azar las conciencias de los anónimos pero condecorados verdugos.
Con su muerte a los 49 años, Ronnie Lee Gardner se ha convertido en la tercer reo ejecutado por un pelotón de fusilamiento en Estados Unidos desde que el Tribunal Supremo ratificase en 1976 la constitucionalidad de la pena de muerte. Desde hace 14 años, la Justicia de Utah no utilizaba el paredón. La última vez fue en 1996 para ejecutar a John Albert Taylor, que tras ser condenado por la violación y asesinato de una niña de once años eligió deliberadamente esa opción para amplificar la polémica sobre la pena de muerte en Estados Unidos.
En el particular caso de Ronnie, con un historial especialmente violento, su abogado personal durante los dos últimos años ha reconocido que su cliente quería morir de igual manera que había perpetrado los dos asesinatos de los que se le acusaba. Según el letrado Tyler Ayres, "una de las cosas que me dijo múltiples veces es aquello de que el que vive a tiros, muere a tiros, y sentía que le correspondía morir de esas forma".
En 1985, Ronnie fue condenado a muerte por el asesinato de Michael Burdell, un abogado de Utah. El tiroteo se produjo durante un intento fallido de fuga en los antiguos tribunales de Salt Lake City, donde el acusado iba participar en una vista oral relacionada con la muerte de un camarero, Melvyn Otterstorm. Una antigua novia le facilitó un revolver, con el que además de matar a Burdell, también hirió gravemente al alguacil George Kirk, que moriría diez años después. La familia del funcionario insiste en que el hombre nunca llego a recuperarse de ese asalto.
Dentro de la coreografía de la pena de muerte por fusilamiento en la Prisión Estatal de Utah, situada en la localidad de Draper, el reo tiene la oportunidad de despedirse de su familia el día anterior de su ejecución. Después es trasladado a una celda especial de observación, adyacente a la cámara de ejecución. La última cena de Ronnie tuvo lugar el pasado martes, a las 6:30 de la tarde, con un menú que incluyó filete, langosta, refresco 7-Up, pastel de manzana y helado. Desde entonces, se supone que rechazó cualquier alimento.
Además de esa privilegio culinario, el preso tiene también derecho a cinco testigos y pronunciar unas últimas palabras (pero no más de dos minutos). Historiadores insisten en que la reliquia de los fusilamientos en Utah está relacionada directamente con las teología de los mormones, religión predominante en ese Estado. Y sobre todo con la creencia de que un asesino debe derramar su propia sangre -literalmente- para ser perdonado por Dios. Aunque en la actualidad la confesión de los mormones no respalda esa tipo de prácticas expiatorias.
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