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CAUSA ABIERTA

Los armenios no olvidan

Los armenios no olvidan

Al igual que la mayoría de los armenios del Líbano, Lucine Berkobeiukian, cuyo abuelo asistió a la masacre de toda su familia por los otomanos, no logra creer que Armenia quiera normalizar sus relaciones con Turquía. Jóvenes militantes buscan adhesiones en Burj Hamud, un bastión armenio en los suburbios de Beirut, contra ese acercamiento, en momentos en que el presidente armenio, Serge Sarkisian, busca en Líbano el apoyo de la diáspora. Las tiendas de ese barrio permanecerán cerradas durante su estancia, en señal de protesta, y una sentada se organizará frente al hotel donde residirá.
Se calcula que en Líbano hay unos 140.000 armenios.
Previamente, Sarkisian viajó a Francia y Estados Unidos, que cuentan también con comunidades importantes, y concluirá su periplo en Rusia.
"¿Cómo es posible que después de casi cien años de lucha por una causa, el enemigo se convierta de repente en un amigo?", se pregunta Koko Marashlian, vendedor de cuadros.
En los muros de la ciudad, se ven carteles con los mástiles de las banderas armenia y turca cruzados y en su centro la inscripción: "Protocolo", en referencia a los acuerdos firmados por los dos países en agosto, que prevén la instauración de relaciones diplomáticas y la apertura de la frontera común.
"Recordamos (a nuestros muertos), reivindicamos (nuestros derechos), rechazamos (el Protocolo)", dicen los carteles escritos en armenio, en tanto que los altavoces de la calle Arax, la principal de Burj Hamud, transmite cantos patrióticos.
Según informaciones de Ankara, no confirmadas por Erevan, los dos países firmarán el 10 de octubre en Zúrich (Suiza) un acuerdo con el objetivo de establecer relaciones diplomáticas. Los Parlamentos de ambos países deberán aprobar luego esos tratados.
Pero las resistencias en la diáspora son acérrimas. Un vendedor de café, Keborg Abajian, está dispuesto incluso a "tomar la armas" para impedir la normalización diplomática. "Queremos recuperar nuestras tierras. Mis antepasados tenían terrenos inmensos en Urfa (situada en la actual Turquía)", afirma el hombre, de unos 50 años, que se define como un "fanático de la causa armenia".
Las relaciones bilaterales están dominadas por las matanza de armenios por el ejército otomano durante la Primera Guerra Mundial. Erevan afirma que fueron 1,5 millones de víctimas; Ankara sostiene que fueron de 300.000 a 500.000, y sobre todo rechaza categóricamente que lo ocurrido pueda incluirse en la categoría legal de "genocidio".
"El Protocolo será el fin de una causa", lamenta Koko. "Las principale víctimas somos nosotros, los descendientes de los exiliados, y no los habitantes de Armenia", agrega.
La comunidad armenia está bien integrada en Líbano: cuenta con seis diputados y dos ministros en el gobierno saliente. Tiene sus propios partidos políticos, sus escuelas, su universidad y varias asociaciones culturales y deportivas.
Pero Lucine se dice dispuesta a regresar a la tierra de sus ancestros, si se le presenta la ocasión. "La historia de mi familia sólo está viva en mi imaginación", lamenta. Su abuelo materno, cuenta esta vendedora pelirroja de ojos verdes, de 28 años, asistió, a la edad de 7 años, a la masacre de toda su familia por los soldados otomanos, y fue evacuado por los alemanes.
Otros armenios se muestran más realistas. "El Estado armenio así lo decidió ¿quién soy yo para decirle lo que es bueno para su pueblo?", afirma Haig Asmarian, un joyero de 34 años. "Mi abuelo conservó los títulos de propiedad (en Turquía), pero hay que pasar la página. Armenia tendrá beneficios económicos por esta normalización", se resigna. Su padre, octogenario, no está de acuerdo, y murmura: "Ni siquiera sabemos de qué trata ese Protocolo". "Lo importante, es que no se olviden de nuestros derechos", agrega, desviando la mirada".

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