Un barrio humilde argentino lucha por conservar su cartero y su dignidad
Con una sonrisa amplia y la mirada orgullosa, Emanuel Molla luce la vestimenta del Correo Argentino. El recorrido diario que dibuja para repartir el correo por el entramado irregular de construcciones precarias de la villa de emergencia 21-24 de Buenos Aires es una lucha por la dignidad de sus vecinos.
Aunque parece un servicio básico, en este barrio el cartero es un lujo que existe desde hace sólo tres años, cuando Cristian Heredia, presidente de la 21-24, al sur de la capital argentina, luchó por que los ciudadanos del barrio pudieran recibir sus cartas en la puerta de su casa.
Emanuel nació y creció entre las apretadas casas, la luz intermitente y los pequeños charcos de agua estancada que se reparten por el humilde barrio, del que desde 2013 es uno de los dos carteros, un servicio que no existe en ninguna de las otras villas de la ciudad o de la periferia.
"¡Casa 165! ¿Chilaber Espínola?". El grito de Molla se mezcla con los ladridos de los perros, amplificados con la acústica de los estrechos pasillos. "Tengo una tarjeta para usted, ¿puede ser? Tiene que firmar aquí", explica delante de un vecino, que asoma con timidez la cabeza entre la verja metálica que bloquea su casa.
"¡Viste esa desconfianza!", comenta poco después mientras camina por los pasillos estrechos que separan las viviendas apelmazadas. "Una vez me hicieron sacar el DNI, no se lo esperan, no están acostumbrados a que alguien les lleve los documentos a su casa", explica.
No es el caso de Liduvina, quien regenta un puesto de comida dentro de la villa y agradece el trabajo de su vecino, al que ve cada día recorrer los pasillos: "El cartero es muy importante para el barrio", susurra. "Antes no entraba nadie, nosotros no podíamos saber nada de nuestro trabajo, de nuestros documentos...", añade.
Antes de que se lograra la instauración del servicio, los vecinos del barrio tenían que hacer cola en un punto de encuentro donde se acumulaban montones de correspondencia que los carteros, con miedo de entrar a la villa, depositaban a las afueras.
"Teníamos una 'mochila' muy grande. Ibas a hacer un trámite y no decías que sos de la villa", relata Emanuel. Muchos vecinos daban la dirección de un pariente o un amigo o ponían las direcciones que figuran en las avenidas que rodean el barrio.
Esa "mochila" de la que habla Molla ya no existe. "Ahora la gente no tiene miedo ni vergüenza y dice: 'hacéme el DNI para la manzana 10, casa 36'", asegura el cartero señalando una inscripción con pintura negra de la pared de una casa. Se trata de una numeración que diseñaron desde la Junta Vecinal cuando consiguieron instalar el servicio de correo dentro de la villa.
La mayoría de las cartas son documentos de identidad, permisos laborales o tarjetas telefónicas, aunque Emanuel también reparte telegramas y correspondencia tradicional que mantienen, sobre todo, los curas de la villa o las familias que tienen a alguno de sus miembros en prisión.
"En mi primer año de cartero llevé muchas cartas a una mujer que tenía a su marido preso en España. Cuando quedó en libertad vinieron a celebrarlo conmigo", recuerda enseñando los dientes.
Cristian Heredia, quien fue elegido presidente democráticamente, recibe a Efe en la sede de la Junta Vecinal, una nave de chapa dentro de la villa, donde dan respuesta a los numerosos reclamos de los ciudadanos del barrio: problemas de luz, un bache en medio de la carretera o conflictos entre vecinos.
Explica que un servicio como el del correo a domicilio "tiene que ver con una cuestión de reconocimiento". "Emanuel ha nacido, se ha criado y vive acá y como tantos de nosotros quiere morirse en este barrio como un barrio transformado", indica.
Cristian mira a Emanuel y éste tuerce el gesto. "Anda preocupado porque tiene miedo de que le quiten el laburo", explica el presidente de la villa, a quien desde el Ministerio de Trabajo le comunicaron recientemente que planean retirar el servicio en la villa por falta de presupuesto ante la nueva coyuntura económica.
EFE
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