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CAUSA ABIERTA

Panamá, el paraíso fiscal "que se siente víctima" de la doble moral de EEUU

Panamá, el paraíso fiscal "que se siente víctima" de la doble moral de EEUU

“Bienvenido a Panamá, gente alegre, noble y trabajadora”, se anuncia en la salida del aeropuerto de Ciudad de Panamá. Hasta el taxista suelta una carcajada. Este país de 4 millones de habitantes, 177 bancos, 27.000 abogados, 108 sedes regionales de multinacionales y 350.000 empresas offshore, se ha convertido en un sinónimo de fraude y opacidad desde la publicación de los papeles de Panamá el mes pasado. No es noticia para los entendidos.

“El país está lleno de abogados deshonestos, banqueros deshonestos, agentes de constitución de sociedades deshonestos y compañías deshonestas”, sentencia un aduanero estadounidense citado en el libro The Sink de Jeffrey Robinson.

Pero el problema de verdad en Panamá quizás no sean los panameños, sino sus invitados de allende. A cada lado de la carretera desde el aeropuerto, alrededor de la flamante bolsa de diamantes, se extiende un paisaje de bloques de oficinas y apartamentos, muchos a medio construir, la apuesta perfecta para inversores internacionales –la mayoría de la América Latina- que quieren aprovechar la estabilidad de la zona dólar para una inversión inmobiliaria especulativa y quizás para blanquear dinero.

“La mitad de las oficinas están vacías, verás que cuando se hace de noche, las luces están apagadas”, dice Julio Manduley, economista de origen cubano que compara Ciudad de Panamá con Macondo, la metafórica ciudad de Cien años de Soledad, la novela de Gabriel García Márquez que describe una ciudad devastada por las plantaciones bananeras de la United Fruit Company. Aunque, desde las barriadas periféricas de infraviviendas hacinadas en las colinas de San Miguelito, esta ciudad de torres vacías y propietarios ausentes recuerda más el hambre en medio de la abundancia de Las uvas de la ira, la novela de John Steinbeck.

Luego están los otros invitados ausentes. Los clientes globales –europeos, asiáticos, latinoamericanos-, de decenas de bufetes de abogados desde el ya mundialmente conocido Mossack Fonseca a Morgan & Morgan , aun más estrechamente relacionado con el Gobierno panameño que MF, y que cuenta incluso con su propio banco.

Todos esos bufetes –con sedes en los rascacielos y con sus coches híbridos Porsche Hot Marbella en el distrito financiero- están, especializados en el arte del offshore. Es decir, la creación de empresas pantalla –sin propietarios visibles ni actividad– registradas, por ejemplo en las Islas Vírgenes británicas con el fin de minimizar la factura tributaria de los llamados HNWIs (individuos de elevado patrimonio), según los eufemismos de la industria offshore...

El Estado panameño cobra un impuesto del 27% sobre las rentas obtenidas en Panamá pero los ingresos generados fuera del país no tributan. Esto, y la disposición de los bufetes a echarle imaginación a la ingeniería fiscal y hacer la vista gorda ha convertido Panamá en un excelente destino para evasores y blanqueadores globales.

Y pese al escándalo de Mossack Fonseca, el negocio no flaquea. Cuando yo le propuse la semana pasada crear una sociedad offshore al pequeño bufete Quijano & Associates, respondieron que sí sin demora, ofreciéndome la posibilidad de usar una “ shelf company”, una offshore ya registrada de antemano y guardada “en la estantería”, para así levantar menos sospechas. Pidieron el nombre del beneficiario final de la empresa pero, como en el caso de Mossack Fonseca, cuya secretaria se prestó a ser directora-tapadera de 11.000 empresas, este no tenía por qué hacerse público. Habríamos cerrado el trato en seguida si hubiera pagado 1.400 dólares por adelantado al bufete.

Puede parecer un ejemplo de las peores prácticas del turbio paraíso fiscal caribeño, donde hombres vestidos de camisa hawaiana y gafas de sol llevan maletas llenas de billetes. Pero, como insistieron los abogados y banqueros panameños consultados, exactamente lo mismo ocurre en decenas de centros offshore en Europa y EE.UU. Si resulta difícil de creer, pueden preguntárselo al inmobiliario internacional y candidato a presidente de EE.UU., Donald Trump.

El bloque más alto de todos en Ciudad de Panamá, con 70 plantas y en forma –ya estandarizada desde Dubái a Barcelona–, de velero, se anuncia en grandes letras Trump Ocean Club. “Es la marca del luxury living; hay gente que pagará más por vivir en un edificio de Donald Trump”, dijo Troy Rundle, un comercial de la inmobiliaria House Hunters que vende apartamentos en el mall del edificio por precios de entre 300.000 y 1,7 millones de dólares.

Aunque, nadie sabe muy bien quién es su verdadero dueño –Trump dice que sólo aporta la marca– y los comerciantes reconocen que la mayoría de los compradores no viven, sino que sólo invierten en los 650 apartamentos. Cuando le pregunté si se podía pagar en efectivo por los apartamentos sin cumplir con el requisito de notificarlo a la reguladora panameña, Rundle cortó la conversación.

Estos recelos ante los medios son comprensibles. Uno de los agentes contratados por Trump para vender los apartamentos en Panamá era Alexandre Ventura Nogueira, un empresario brasileño que ha sido investigado en España por blanqueo de dinero y acusado de estafa por un grupo de compradores de los apartamentos en el gigantesco inmueble panameño de la marca Trump.

Lo cierto es que el magnate neoyorquino no tiene muchos amigos en Panamá y muchos recuerdan con satisfacción el día de la inauguración del conjunto de hotel, apartamentos y centro comercial en el 2011 cuando una tormenta tropical reventó el alcantarillado de la zona y llenó de aguas fecales lo que tenía que ser el recorrido triunfal de Trump. Nada raro en una ciudad cuya infraestructura no está a la altura de los nuevos inmuebles de lujo.

Trump hace negocios inmobiliarios en Panamá pero no tiene (al menos que se sepa) sociedades offshore registradas aquí. Prefiere el estado de Delaware, en EE.UU. donde ha registrado más de 300 empresas pantalla, una de ellas la filial internacional de su inmobiliaria... El pequeño estado al lado de Washington DC, que no cobra impuestos sobre rentas del capital, ha registrado nada menos que un millón de sociedades y aloja al 60% de las sedes de las multinacionales estadounidenses. Los Clinton también tienen sociedades registradas en Delaware.

“No es justo; las condiciones en Delaware, Nevada o Wyoming son más laxas que las nuestras pero nadie dice nada”, dice Victoria Figge, que encabezaba la comisión reguladora antiblanqueo del sector en Panamá . “El centro offshore más importante del mundo no es Panamó sino EEUU”, remata. En realidad, no hay fronteras en el mundo offshore. Mossack Fonseca, cuya expansión internacional se basaba en un modelo de franquicias parecidas a las de McDonalds, utilizaba tanto Panamá como Nevada para vender sus servicios a la cleptocracia global.

La misma sensación de ser víctima de la doble moral se palpaba el pasado miércoles en el piano bar del lujoso hotel Bristol, donde 50 representantes del sector financiero y offshore tomaban copas de prosecco y mordisqueaban canapés mientras trataban de calibrar el posible impacto que tendrá la siguiente fase de filtraciones prevista para mañana lunes, 9 de mayo, que dará a a conocer las actividades offshore de 200.000 clientes de Mossack Fonseca.

El patrocinador del encuentro era la auditora multinacional KPMG, un operador mucho más importante para el negocio global del offshore que ningún bufete en Panamá. “Fíjese. Ninguno de los bancos que aparecen en las filtraciones es panameño; están UBS y HSBC, pero ninguno de aquí”, dice el asesor financiero Ernesto Bazan, que lamenta la discriminación contra Panamá. “Nuestra ley de sociedades anónimas (que facilita la creación de empresas pantalla) es una copia exacta que la de Delaware”, añade el director de la revista Capital Financiero organizadora del acto.

Las quejas de Panamá respecto a las nuevas normas antievasión de Estados Unidos, conocidas como Fatca, recuerdan las de un niño que acaba de ser regañado por el padre al que adora y que le ha enseñado todo... “Es injusto que peguen al chiquito”, se lamenta el periodista. Al presentarse, explica: “Mi nombre es Hitler, Hitler Cigarruista”. Realmente, algo queda claro: Panamá tiene un problema de imagen que será difícil de superar.
La Vanguardia

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