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CAUSA ABIERTA

Zika, dengue y otras paranoias

Zika, dengue y otras paranoias

Por Rafael Bayce.
La paranoia construida respecto de las dolencias transmisibles a partir de las picaduras de las hembras del mosquito Aedes aegypti –zika, dengue, chikungunya– forma parte de las alucinaciones colectivas descubiertas en su proceso de imposición por Gustave Le Bon en 1900 y profusamente estudiadas por las ciencias sociales desde entonces.

Avanzado el siglo XX, empiezan a utilizarse sistemáticamente con funcionalidad política y geopolítica. Metódica e instrumentalmente, su uso y el de los chivos expiatorios se iniciaron con Benito Mussolini y Joseph Goebbels, aunque ha sido adoptado en otros tantos casos como mecanismo básico de construcción social de miedo, el principal modo contemporáneo de dominación de las poblaciones para que abdiquen de sus libertades, garantías y derechos.

Hace un cuarto de siglo que advierto, en artículos y conferencias, el modo de la construcción de estas paranoias respecto de diversos temas eventuales: sida, drogas, infraccionalidad, accidentes de tránsito, inseguridad.

La sociedad del miedo

En un libro de los años 90 Zygmunt Bauman caracteriza de “sociedad del miedo” a la sociedad contemporánea. Pero hay antecedentes de investigaciones empíricas, desde 1957, y pioneros de estos mismos conceptos de paranoia y miedo, como Daniel Bell, en capítulos de su célebre El fin de las ideologías, que data de comienzos de los años 60.

El miedo aísla y separa de otros que pueden mitigarlo y buscar soluciones racionales a un sentimiento básicamente irracional en su dimensión, aunque pueda tener alguna base material real. Hay dos principales vectores de miedo en las sociedades actuales: la hipocondría de la salud y la paranoia de la seguridad, ambas gerenciadas por crueles multinacionales asociadas a la prensa.

La hipocondría de la salud tiene dos fuentes de ingreso fundamentales: la supuestamente sabia prevención de todo, inagotable fuente de tickets, análisis, esperas, especialistas y ansiedades destructoras del afectado y sus entornos; y la obsesión por la longevidad, despiadada racionalidad asociada al progreso y a la ciencia, por la que se gastan fábulas de dinero para vivir unos meses o años más, en pésimas y carísimas condiciones, sin la menor satisfacción personal en ello y sin la menor utilidad colectiva.

Todo para que una insignificante minoría de médicos, paramédicos, laboratorios y administradores vivan a costa de esta seudorracionalidad cruel y costosa. Políticas como la del Sistema Nacional Integrado de Cuidados –por ejemplo– apuntan a mitigar ese desastre social, cultural y económico, pero con el defecto de que dan por sentada la continuación de esta despiadada convicción pro longevidad.

Ya hemos hablado suficiente de la seguridad como paranoia útil a las principales multinacionales (armas, petroquímica, construcción, inclusive salud) y como modo de implementación de dominación geopolítica neoimperial. En efecto, fracasadas las dictaduras del Plan Cóndor y desprestigiados los militares como opción política, la doctrina de la seguridad nacional da lugar a la de conflictos de baja intensidad, que apunta a un control, ya no contra paranoias y chivos expiatorios político-ideológicos, sino controlando y dominando mediante la magnificación y dramatización de problemas reales pero mucho menores en cantidad y calidad de lo que se quiere y consigue hacerse creer. Nada sería posible sin el invalorable apoyo de la prensa, moderna conformadora de la opinión pública, del sentido común y de la evaluación cotidiana del mundo.

Fichajes, controles, pedidos y ofertas de abdicación de derechos, garantías y libertades son estimulados mediante la magnificación cuantitativa y la dramatización cualitativa de VIH y el sida, enfermedades y epidemias varias, criminalidad, drogas, y un largo etcétera que incluye al pobre Aedes aegypti.

El Patriotic Act, instituido luego del atentado de las Torres Gemelas, y la múltiple legislación norteamericana posterior; las leyes antiterroristas europeas y nuestra Ley de Procedimientos Policiales (sin ningún ataque como el ‘sufrido’ por Estados Unidos y Europa siquiera: autoritarismo puro) son parte de esa generación normativa que da atribuciones mayúsculas de intervención en el cotidiano, con la excusa de la detección de peligros (como la prevención en salud). El miedo –se sabe– aísla, se autoestimula y concede a cambio atribuciones especiales a supermanes falsos.

Las culpas del zika

En las últimas semanas, desde los medios de prensa se ha magnificado los números y los efectos negativos de los supuestos vectores de enfermedad, en el caso del zika. Las medidas precautorias tomadas por motivo de zika, dengue y chikungunya, legitimadas por la Organización Mundial de la Salud, no están sustentadas en evidencias científicas de que el mosquito y sus enfermedades sean los responsables causales de lo que alegremente se le atribuye.

No hay evidencia de que la microcefalia encontrada en zonas de proliferación de zika se deba a esa enfermedad, ya que es multicausal y el zika es sólo una de las causas posibles. La atribución de causalidad al o a los factores a los que se desea culpar es precisamente una característica importante de los miedos inducidos. Hay incluso una ‘sociología de la atribución causal’, que estudia por qué se les atribuyen efectos y consecuencias a unas causas y no a otras. La ideología, en sentido estricto, o sea el imaginario cognitivo, emocional y moral, colorea estas atribuciones y ha llevado en este caso a ‘culpar’ al zika de efectos no probados.

Algo similar ocurre con las drogas: las autoridades que celebran convenios distribuyendo sustancias en diversas listas ilícitas muchas veces se ven forzadas por la DEA norteamericana a hacerlo, sin pruebas suficientes para prohibir tales sustancias. Todos los debates parlamentarios sobre drogas muestran el manejo arbitrario y atrevido de evidencia científica, por cruzados y empresarios morales que finalmente vencen la batalla legislativa ante timoratos legisladores no convencidos, pero para quienes resulta políticamente correcto y realista acompañar el coro paranoico. Los efectos negativos de las drogas están mucho menos sustentados científicamente que lo que la opinión pública, la prensa y los decisores políticos creen.

Volviendo al mosquito, no sólo la paranoia respecto de las dolencias transmitidas es mucho más infundada de lo que se cree, sino que esa temeraria y creída atribución causal podría deberse a otras causas que se podría querer tapar mediante ese ‘chivo expiatorio’. El mosquito Aedes aegypti parece convivir con otros ‘mosquitos’ tanto o más peligrosos, como por ejemplo las malas condiciones de nutrición, salud, educación, vivienda y saneamiento, también responsables de que las picaduras tengan consecuencias sanitarias graves que en otros entornos y condiciones. Culpando al mosquito se obvia la responsabilidad de los gobiernos en la eliminación de esas condiciones.

En ocasiones anteriores, por ejemplo, ya fue probado que algunas epidemias por vectores de insectos son producto de agresión biológica de grandes potencias contra personas o regímenes adversos. Ya está probado, luego de 30 años de investigación, que una epidemia cubana de los años 80 fue inducida por mosquitos sembrados desde Estados Unidos (sin eufemismo, viene a ser un más que condenable ataque biológico).

También podría ser de gran interés de laboratorios químicos y farmacéuticos –ya ha sucedido también en ocasiones anteriores– el descubrimiento de nuevas enfermedades que necesiten vacunas y nuevos medicamentos. Se calcula que una vacuna masiva contra algo construido como peligroso rinde mil a uno respecto de los costos de hacerla. ¿Por qué no inducirla, alimentar los miedos al respecto y lucrar? De hecho, otra posible causa que ha circulado, con visos de ser bastante creíble, es que lugares tan prestigiosos como Oxford, en su intento de generar cepas con los virus neutralizados, en este mismo caso del zika, podrían haber fracasado en sus cálculos y haber inundado de mosquitos infectados que no consiguieron neutralizar, como esperaban, las cepas futuras.

Finalmente, hay teorías que especulan que los daños causados por la acumulación de pesticidas y transgénicos en el nordeste brasileño sean intentados tapar con el harnero de algún mosquito. Los epidemiólogos, confundidos en sus estudios y superados en la difusión de sus hallazgos, podrían haber sido superados por algún chivo expiatorio mediáticamente difundido que obtenga mayor consenso público y político que las de las multinacionales de pesticidas y transgénicos, cuya responsabilidad en la producción de daños estructurales y endémicos debería esconderse.

Paranoia local

Nada mejor para ver cómo se inyecta paranoia en las poblaciones que la página a todo color que el MSP uruguayo distribuyó en la prensa la semana pasada. La sección “¿Cuáles son los síntomas del dengue?” es ejemplar, al observar que ellos son fiebre, dolor de cabeza, dolor intenso en los ojos, dolor articular y muscular intenso, náuseas y vómitos, sarpullido. Aconseja consultar al médico frente a esos síntomas. Genial modo de alimentar a las mutualistas y médicos, porque no hay nadie que no tenga, diariamente, alguno o varios de esos síntomas. Si esos fueran los síntomas del dengue, entonces sería un virus inespecífico, indetectable, indiferenciable de todas las dolencias que trata con yuyos, ácido acetil-salicílico, paracetamol, o ibuprofeno diariamente toda la población mundial. Por suerte, la gente no es tan crédula ni paranoica aún, y no consulta ante tales nimiedades.

Similar recurso retórico ya fue usado cuando la inyección de la paranoia contra las drogas, allá por los años 70 y 80, cuando se mostraba una imagen de un adolescente para indicar síntomas de consumo de drogas, entre ellos, para resumir, tener los ojos rojos que, como cualquier lector puede apreciar, puede deberse a fumar marihuana o a muchas otras causas. Pero, como hemos visto, la antojadiza atribución causal es un rendidor recurso, sobre todo cuando la población no tiene las armas de la lógica ni la metodología de la investigación, del análisis retórico, poético, argumental e icónico que existen para detectar estos vergonzosos trucos, especialmente vergonzosos cuando provienen de organismos públicos.
Caras y Caretas

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