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CAUSA ABIERTA

La crónica de la noche de los Stones en el Centenario

La crónica de la noche de los Stones en el Centenario

Los Rolling Stones metieron anoche a 55.000 personas en una máquina del tiempo y brindaron una velada histórica en el Estadio Centenario, que dejó momentos mágicos hasta para los más escépticos.

Al final, el agua de OSE no pudo con Mick Jagger. Muy por el contrario, el exceso ferroso de nuestro líquido corriente pareció en todo caso agregar algunas vitaminas al organismo balanceado del cantante y lo ayudó anoche a brindar una performance pletórica con la que llevó a caballo al resto de los Stones.

El día D de los Rolling en nuestro país, marcado por la cobertura ubicua y abrumadora de la prensa, comenzó bastante temprano para el grupo de los fanáticos que acamparon durante horas y casi perecen en medio de esta ola de calor irreverentemente anti británica. El Estadio Centenario ya tenía bastante color cuando Boomerang dejó el corazón con un puñado de canciones que terminaron cerca de las 8. Para entonces, en medio del vaho de los 32 grados de temperatura, comenzaron a extenderse los primeros chillidos y corridas de un público que apenas contenía el entusiasmo.

Cerca del escenario, una genial mezcla heterogénea se movía como un organismo vivo, ocupando los espacios vacíos: se combinaban los abuelos tatuados con los jóvenes de aspecto universitario, mujeres arregladas, los intratables rolingas ortodoxos, algún hincha de Peñarol con aspecto desorientado y hasta adolescentes nacidos cuando Mick Jagger ya era abuelo. Cerca de las 9 todos formaban una masa compacta que levantaba vaharadas de vapor y no dejaba espacio ni para los mosquitos. La entrada VIP para el show puede haber resultado cara, pero terminó incluyendo una sesión de sauna gratuita que todo el mundo aceptó feliz.

Poco después llegó la ola y el inevitable canto futbolero que invocaba a las majestades satánicas, primero con un "olé olé" y luego con "Los Stones, los Stones, vamos los Stones" (que un gracioso reinterpretó a los gritos como "con bastón, con bastón, salen con bastón").

Todo eso dejó de importar poco después de las 9, cuando las pantallas comenzaron a proyectar un video introductorio y la misa quedó formalmente inaugurada por el riff de Start me up, que vino acompañado de una lluvia inesperada. El empujón de adrenalina producido por la guitarra de Keith Richards provocó, además de un estallido general, que las botellas de agua comenzaran a funcionar como aspersores, lo que generó un alivio momentáneo al calor. Fue también el principio de una calesita de hits con la que los Stones movieron las emociones del público y la intensidad del show: desde la inmediatez de It's only rock and roll o She´s so cold al blues rock podrido de Midnight rambler, el ritmo bailable de Miss you, el trance colectivo de Sympathy for the devil o una extendida y juguetona Gimme shelter, con Mick Jagger y la corista Sasha Allen concentrados en un duelo vocal (que incluyó un bailecito sensual de Jagger con frotamiento incluido). La voz del cantante ya no está para los dobleces y sutilezas de las melodías, pero suena igual de ajustada y potente para el blues.

Si bien fue Jagger el que derrochó toda la energía, se encargó de los chistes en un español torcido pero meritorio y arengó e interactuó con la audiencia (intentó un "vamo arriba bo" y un "toquete otra"), cada cual jugó su papel en el momento justo. Keith Richards, con la mueca semi irónica de "no me tomo a mí mismo demasiado en serio" -y su español absolutamente incomprensible-tuvo su momento solista en la voz con Slipping away y Can't be seen, además de dejar sus riffs inconfundibles (con alguna pifia de que él mismo se rio) en su Telecaster castigada. Ron Wood despachó todos los temas con eficiencia, con un par de pasajes en primer plano, y Charlie Watts hizo lo que mejor sabe hacer Charlie Watts: poner cara de máscara egipcia y encargarse de que no se le escape una sola nota en tiempo. Su fragilidad aparente es inversamente proporcional a su constancia, y aunque uno vea su rostro impasible y tenga ganas de subir a pasarle una frazada, nada sería posible si Watts no fuera un relojito callado pero cumplidor que logra que toda la maquinaria marche.

Es cierto, mucho en estos shows de estadio parece -y está- guionado para manejar las reacciones del público, a tal punto que los clichés ya están institucionalizados. Fuegos artificiales en los estribillos, el juego de hacer repetir cantos al público, mostrar la camiseta de Uruguay firmada por Luis Suárez, las cámaras estratégicamente apuntadas a las chicas pulposas en hombros de novios sacrificados, la bandera con los colores patrios, las alusiones al fútbol y en especial al Maracanazo (acompañadas de un innecesario ¡Uruguay, Uruguay!), pero al final de la noche nada de eso es lo que importa. Lo que valen son las canciones. Y las canciones que se escucharon anoche, al menos en su gran mayoría, son grandes. Sentirlas en vivo las pone en su lugar, les vuelve a dar el significado perdido por el machaque repetitivo de los años y los millones de reproducciones desde la época en que fueron creadas.

Incluso para el más escéptico fue una noche que tuvo momentos mágicos. Wild horses es una balada demoledora, casi insuperable, y escucharla en vivo, con la luna creciente colgada sobre el cielo del Centenario, va a quedar rondando en la memoria afectiva de todos los que estuvieron allí, igual que las notas que anunciaron poco después el comienzo de Paint it black. Y nadie, nadie que haya estado ayer se pudo ir a dormir sin que le sonara en la cabeza el riff eterno de Satisfaction.
Montevideo Portal | Martín Otheguy
motheguy@montevideo.com.uy

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