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CAUSA ABIERTA

Ulises, mi querido rottweiler

Ulises, mi querido rottweiler

Por Carlos Lemos

Corría el mes de octubre de 1998. Mi esposa y yo estábamos conversando con mi hermana y su esposo argentino, hoy fallecidos. Les traje un regalito, gritó uno de mis hijos. Como en mi hogar nunca se acostumbraba a pasar llave, el adolescente entró a paso de campeón. Tenía entre sus manos un bultito negro y lo depositó en el living. Quedamos todos sin palabras, menos aquél porteñazo, peronista de la primera hora. “Pero esto no es un perro, es un renacuajo”. 

Y razón le asistía. Ese bichito cabezón se había quedado quieto con las patas traseras extendidas hacia atrás. Nada que ver con los canes que siempre habíamos tenido. Nació el 12, el día de la raza, informó mi hijo y se rajó.

Acababa de morir nuestro querido perro callejero “Batuque”, después de pasar 17 años deambulando por el barrio. Los vecinos le llamaban “Capitán”, porque era guapo y enamoradizo. Todavía no habíamos procesado el duelo, cuando ese alemán de pura raza y pinta de bonachón venía a ocupar su plaza.

Ulises, se llamará así, sententenció alguien de la familia. No pude contener una carcajada. Qué tenía de especial ese bichito que le ponían el nombre del temible jefe griego durante la guerra de Troya. No jodan, repliqué, y, por supuesto el nombre no fue cambiado. Como siempre yo no tenía la última palabra.

Mirá que es un rottweiler, cuando empiece a crecer se convierte en una fiera. En cualquier momento pesa más que vos y te come. ¿Tenés idea de la fuerza de su mordedura?. Te destroza. Esa fue la advertencia de mi cuñado y por un momento temí, sobre todo por mis tres hijos adolescentes. Por supuesto que mi esposa no escuchó nada. Inmediatamente se enamoró de él y lo recogió en su regazo.

Y el bicho empezó a crecer, y cómo. Durante años se subía y bajaba de la cama matrimonial, mientras mi mujer y los tres pibes se hacían una fiesta con él.

Un día me cansé de tanta desprolijidad y le grité: “Ulises, bajate de la cama, ya”. Puse cara de hombre serio y como toda respuesta el mastín abrió su boca. Cuando reparé en esas muelas tituradoras sentí temor, pero igual fui por la revancha.

Bajate ya. Para mi asombro el enorme cuerpo se desperezó y con lentitud descendió hasta el piso y me miró. De allí en más pasamos a ser amigos. Había comprendido quién era el amo.

No lo saquen sin cadena, advertía a diario a mi familia. Pero los chiquilines y mi señora ni bola que me daban y yo vigilaba desde la ventana.

No dejaba de ser gracioso verlos a su alrededor cuando caminaba manso en busca del pasto reparador para su estómago y mucho más cuando otros perros, cuando lo veían, pegaban la vuelta sin chistar.

Cuando el turno me tocaba, no dudaba un instante en colocarle la correa para sacarlo a la calle. El peor momento que me hizo pasar fue cuando le llamó la atención aquél puesto de pescado. Colocó sus patas sobre el mostrador y lo derrumbó. Pedí mil disculpas, acomodé con paciencia la merluza desparramada, en medio de la mirada absorta de decenas de vecinos. Enseguida volví a casa con Ulises, casi arrepentido.

Hoy tiene 14 años y va rumbo a los 15. En edad humana, dicen, ya tiene 98 años. Es decir bastante mayor que yo.

Para Hugo, el veterinario, es casi una leyenda. Él siempre me repite: pensar que estos perros tienen una vida máxima de 10 o 11 años.

Claro que durante todos estos años me informé sobre ataques feroces de rottweilers que despedazaron a seres humanos. El último, en San José, fue terrible. Pobre mujer. Claro que de inmediato sus atacantes fueron sacrificados.

Pero, el año pasado pasé el invierno más crudo de mi vida. Y esos tres meses me convencí que no tenía en mi casa a un asesino.

Mi esposa cayó en una depresión mayor, como me había sucedido a mí cinco años antes. Mi hijo mayor se la llevó para su apartamento.

En la casa quedamos los dos solos. Ulises y yo. De tanto en tanto aparecían mis hijos para darme una mano.

Sin embargo, la mayor parte de ese tiempo gélido, ambos la pasamos solos durante días y días.

La ausencia de Cristina había calado mi alma. Lo que no sabía es que Ulises también estaba devastado.

Recuerdo que en las madrugadas, ni siquiera cuando el sol se animaba a salir, yo saltaba de la cama y corría hasta la ventana de la cocina que da al fondo.

Y ahí estaba, como siempre, con su cara triste. Yo prendía un cigarro y él me miraba. Así pasábamos varios minutos. Ojos contra ojos.

Él y yo adelgazamos a la carrera, no porque faltara un plato de comida, sino porque ninguno de los dos teníamos ganas de ponernos nada en la boca.

No se como sobrevivimos ese invierno. Él se enfermó y yo también.

Hasta que un día Cristina volvió a casa y sucedió un milagro. Las plantas marchitas del jardín y el fondo se pararon a su paso.

Mi mujer se había repuesto. Nos miró a los dos como diciendo aquí estoy. Yo volví a nacer, pero lo más increíble es que los ojos de Ulises volvieron a la vida.

Empezó a retozar como si tuviera cuatro meses. Ese viejo perro comió de la mano de Cristina como no lo había hecho en 90 días.

Al día de hoy me sigo preguntando si el amo soy yo realmente. O es Ulises. Digo, por su pulsión de vida.

 

Artículo publicado el 12 noviembre de 2012 en la web de Causa Abierta

  1. Dan Mar Noviembre 12, 2012 at 1:14 pm Editar - Reply

    Buenísimo.

  2. erik Noviembre 13, 2012 at 11:20 am Editar - Reply

    Camarada, colega, socio, compinche, compadre, amigo
    marido, cónyuge, esposo,soporte….. una criatura maravillosa!!!

  3. ALICIA Noviembre 13, 2012 at 1:08 pm Editar - Reply

    CRISTINA ES UNA MARAVILLOSA MUJER. LA VERDAD QUE TE FELICITO,ME EMOCIONE FUERTE!!

0 comentarios