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CAUSA ABIERTA

En Colombia dicen que los uruguayos somos masoquistas y en cada partido de fútbol nos encanta flagelarnos

En Colombia dicen que los uruguayos somos masoquistas y en cada partido de fútbol nos encanta flagelarnos

Uruguay, como en la eliminatoria a este Mundial de Sudáfrica, gana sufriendo. Es un equipo extraño al que le encanta flagelarse. Pareciera que si las victorias no cuestan sangre no son dignas del fútbol que ha encontrado como fuente de inspiración las dificultades extremas. Si a esa nos vamos, Colombia le juega a lo mismo, con la diferencia que ellos están allá, en Sudáfrica y nosotros, acá, viéndolos por TV.
Corea del Sur es un buen equipo, algo ingenuo. Algunos dirán que le falta jerarquía, palabra que suena a algo especial, inalcanzable, que sólo poseen los grandes. Pero dejando el esoterismo a un lado, lo que pasa es que los chicos son cándidos y creen que el cielo se alcanza corriendo maratones, o son frustrados y lo miran como inalcanzable. Cuando se sale a la cancha no son las ganas sino el convencimiento de que la victoria no es una opción sino una obligación lo que marca la diferencia. Eso lo tienen los grandes que no lo aprendieron por correspondencia sino a punta de fracasos y triunfos, aunque a veces se les olvida. Corea del Sur aún le falta mucho para palparlo, aunque es loable su entusiasmo. Uruguay, en cambio, se lo sabe de memoria porque viven recordándoselo los vecinos a cada rato.  Uruguay hace mucho dejó de ser un grande, pero los dos campeonatos mundiales que obtuvo hace miles de años le implantaron un chip de que tiene la obligación de portarse como tal, pese a que pocas veces le salen las cosas bien en los mundiales. Hace 60 años ganó su última Copa y hace 40 que no pasaba a cuartos de final. Mejor dicho, historia patria con derecho a naftalina.
 En este partido dio la impresión de creerse “sobrado”. Digámoslo de otra manera. Tan seguro de sí mismo como para desperdiciar pólvora en gallinazos. Metió el gol a los 7 minutos gracias a un pase de profundidad que Edinson Cavani le hizo a Forlán que remató cruzado a la portería, pero pasó de largo y cayó en los pies de Luis Suárez a quien solo le bastó un empujón para dar comienzo al funeral de Corea.
 Réquiem in pace, Con los cirios prendidos y los responsos en la tribuna, los charrúas se fueron a descansar a sus predios. Error grave. No había difunto sino un montón de coreanos dispuestos a acabar con el que se les atravesara en el camino. Juntos, disciplinados, el campo uruguayo se vio invadido por estos peninsulares que iban por el todo. Ahí comenzaron los problemas para la celeste. Con esta multiplicación de adversarios apareciendo por doquier, el desastre comenzó a cuajar. Incapaces de pensar, coordinar, o siquiera sumar dos más dos, apenas atinaban a rechazar y rezar para que no se metiera.
 Pero se metió. Victorino despeja mal y Muslera le hace la segunda para que Lee Chung Yong, de cabeza, confirme que no sólo están vivos sino que el muerto puede ser otro. Minuto 67 y como por arte de magia, los uruguayos despiertan del letargo y salen de su madriguera. No es bueno hibernar cuando hay peligro de que la avalancha acabe con todo.  En solo dos minutos demuestran que tienen mucho para mostrar. Cinco llegadas al arco coreano lo confirman y trece minutos después, Suárez anota el segundo gol con un disparo que hace una curva al lado izquierdo del arquero, pega en el palo y se introduce. Un golazo, con mayúsculas, de esos que no abundan en esta Copa.
 Apenas culmina la celebración se rebobina la película. Uruguay de nuevo se refugia atrás y Corea regresa a las andadas. El asedio hace temer por un nuevo empate, mientras el reloj corre tan despacio como los propios jugadores de la celeste. Los coreanos hacen su mejor esfuerzo y Uruguay aprieta los dientes en espera del pitazo final…
 Qué sufrimiento, por Dios. Ahora esperan las Estrellas negras, incansables como estos coreanos, pero con ventaja, son los hijos adoptivos de Sudáfrica. ¿Volverá el purgatorio? (Nota de Equinoxio, Colombia)

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