Los tiempos de penuria de Francia y las limitaciones de Uruguay
Francia vive tiempos de penurias. La sombra de Zidane ha dejado un vacío creativo inmenso que no cubren mínimamente ni Gourcuff ni Malouda. A eso se ha unido la decadencia de Henry, recibido como un héroe para que redimiera a los bleus en los últimos minutos. Los únicos en los que Francia, con uno más tras la expulsión de Lodeiro, encarceló a Uruguay en su área, sin más opciones que defenderse con todo, hasta con el generoso Forlán puesto de dique de contención, en un admirable desgaste tanto en defensa como en ataque. La tradicional garra charrúa resistió hasta el final. El empate, al fin y al cabo, repartió los méritos de un partido de más colmillos que melodías. En tiempos en que la figura del enganche está desprestigiada, Uruguay y Francia se atrevieron a alinear a dos: Nacho González y Gourcuff. Dos media puntas clásicos, es decir, más bien lentos e imaginativos, dotados para el manejo del balón. Mucho más participativo el uruguayo, que e movió con gracilidad buscando una salida limpia del cuero. El francés, en cambio, fue menos visto por sus compañeros, como si desconfiaran de él, descollando tan sólo en las jugadas a balón parado, donde es un maestro. La curva que le da a la pelota es una pesadilla para los defensas y portero rivales, a la espera de adivinar una dirección imprevisible, como ese lanzamiento de falta al primer palo que arrancó un suspiro admirativo de la grada del Green Point. Todo el ataque uruguayo pasó por los pases de Nacho González y las arrancadas, siempre veloces, de Forlán, zafándose a menudo del musculoso Gallas. Le falló, sin embargo, Luis Suárez, muy mal en la primera parte: llegaba tarde, estaba en fuera de juego o erraba en la entrega. Tal y como le habían solicitado algunos ex jugadores como Karembeu, Domenech introdujo a Diaby en la alineación, sacrificando a Malouda. Y Francia ganó en potencia en el centro del campo, pero no en claridad. La escasa afición francesa presente en el estadio se animó con las arrancadas de Diaby, con esa zancada poderosa al estilo Vieira, muy superior físicamente tanto a Diego Pérez como a Arévalo, aunque sin calidad en el pase. Sus internadas morían al borde del área. Ribéry, muy discreto, sólo superó una vez a su marcador, el central Victorino, y Govou, en el otro extremo, pasó inadvertido. Ninguno de los dos abasteció con la frecuencia aconsejable al cazador Anelka. Francia tenía más recursos y hasta unas gotas más de ambición. Pero Uruguay, consciente de sus limitaciones, tampoco iba a sufrir por eso. Como dijo el Maestro Tabárez: "Sabemos nuestro lugar en el mundo". Y ese lugar le recomienda esperar con una defensa de tres centrales -flojo Lugano, mejor Godín- que pueden convertirse en cinco si reculan los dos carrileros, Álvaro y Maximiano Pereira, siempre atentos para echar una mano. Ribéry ha llegado al Mundial siguiendo la estela de su temporada en el Bayern: no se va de nadie. Si Victorino creía que iba a medirse a un jugador excepcional, se equivocó. Ahora mismo, es uno del montón. Nacho González ya no era el mismo en la segunda parte: estaba cansado. Y Tabárez lo sustituyó por Lodeiro, el mediocampista del Ajax, expulsado poco después por una entrada muy peligrosa a Sagna. Los entrenadores quemaban sus naves y los hinchas franceses, a falta de nada mejor, aclamaron a Henry como el salvador. El todavía atacante del Barça ocupó el puesto de nueve. Su entrada y la de Malouda agitaron el espíritu de los bleus, muy decaído hasta ese momento. Tabárez repintó al equipo, convirtiéndolo en un 4-3-2. Y apeló al viejo espíritu de resistencia charrúa. Hasta el final. (El País de Madrid)
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