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CAUSA ABIERTA

El genial profesor colombiano que se viste de mujer

El genial profesor colombiano que se viste de mujer

Carolina se tomó un café de máquina para despabilarse y ocupó su lugar en un salón para 30 personas. El profesor de ecología del paisaje todavía no había llegado y la mayoría de sus alumnos -estudiantes de ecología y biología de la Universidad Javeriana que se iban a topar con él por primera vez- bostezaba, se rascaba la cabeza y se aburría; pero la modorra general se esfumó de golpe cuando entró el profesor, ¿la profesora? Sus nuevos alumnos ajustaron perfectamente la espalda contra la silla y abrieron los ojos como platos. El profesor, Luis Guillermo Baptiste, entró con zapatos de tacón corto, vestido con un pantalón blanco y una blusa de tiritas lila y vaporosa. Tenía unos aretes grandes y brillantes y su mandíbula cuadrada delataba que alguna vez había tenido barba.
-Buenos días -dijo.
Algunos cruzaron miradas, pero luego no pudieron dejar de mirarlo, o mejor: de oír su vozarrón ronco y tremendo; la voz de un profesor que seduce y somete a sus estudiantes en menos de diez minutos. Luis Guillermo habló durante dos horas sobre la transformación de los paisajes a lo largo de la historia y finalizó su clase magistral con una disertación sobre los magníficos óleos de Monet y sobre la magia de los paisajes impresionistas. Cuando terminó la clase, una pequeña multitud lo rodeó para preguntarle más cosas. "Parecía un rockstar cuando finaliza un concierto y el público se le tira encima para tocarlo", recuerda Carolina.
Esa clase, que para ella fue la mejor que recibió en toda su carrera, ocurrió en el año 2003, justo en los primeros años de transformación de Luis Guillermo a Brigitte. Hoy el estrafalario, el excéntrico, el maravilloso profesor que lleva más de una década dando clases firma sus documentos como Brigitte Luis Guillermo Baptiste y espera que su nueva cédula aparezca con ese nombre. Tiene 46 años y se le notan. Nació en octubre. Es Escorpión, y conejo en el calendario chino. Ni gordo ni flaco. Aunque las vacaciones de fin de año le dejaron algunos excesos con los que ahora tiene que lidiar. En la parte superior de su brazo izquierdo aparece tatuada una sirena sentada en una concha. Ese tatuaje parece hacer juego con el que tiene en su espalda, justo en el omoplato derecho: la Venus de Botticelli, esa mujer de pelo larguísimo, naranja, que con una mano se tapa los senos y con la otra el sexo, pero la de Brigitte es mucho más gorda que la original y parece estar embarazada.
Brigitte camina despacio, como si nunca tuviera afán, con la espalda derecha y la frente en alto. Tiene el pelo teñido de amarillo, pero también lo ha tenido negro y rojo. No cree en Dios ni en el diablo. Y tampoco cree que exista el alma. Se pinta las uñas de vino tinto o de rojo. Va al salón de belleza una vez por semana. En las mañanas, antes de salir a trabajar y sólo cuando tiene tiempo para hacerlo, se pone polvos en la cara, pestañina y labial. Usa crema contra las arrugas y crema humectante para la cara y el cuerpo. Eso forma parte de su ritual diario, que no incluye la afeitada: hace tiempo se hizo un tratamiento láser. No usa loción.
En su clóset hay medias veladas, alrededor de diez vestidos estampados y de colores muy llamativos. Mucho lila, amarillo, fucsia y rojo. Encajes. Un vestido verde de terciopelo con un escote pronunciado, que al parecer usa para ocasiones especiales y que combina con unos zapatos rojos altísimos con correas gruesas que se ajustan en los tobillos. Hay casi el mismo número de faldas, incluyendo una minifalda de jean y algunas de cuero. Cinco pares de zapatos, todos de tacón: morados, rojos, unas botas de charol negras que llegan hasta las rodillas. Y accesorios: una colección de piedras en aretes largos, anillos y collares; candongas plateadas inmensas, un collar de ámbar también inmenso, un anillo con una piedra verde redonda y enorme en el centro.
Todo lo suyo es así: llamativo; hay algo que siempre brilla. Compra la ropa en Outlets o en San Andresito, no tiene ropa costosa, no es compulsiva(o) y sólo cuando hace viajes internacionales y se antoja de algo, lo compra. Sus amigas también le regalan carteras, aretes o accesorios. Todas saben que esos pequeños detalles la hacen feliz. Ya no tiene ropa de hombre. Sólo guarda tres o cuatro corbatas para recordar lo que alguna vez fue Luis Guillermo.
Brigitte lee con las gafas puestas; en una mano tiene un libro y en la otra un capucchino. Está en una mesa al fondo, junto a la barra. Botas de charol con tacón alto, minifalda fucsia, una blusa negra, algo escotada, y entre el escote, unos senos mucho más grandes que los míos. Hay poca gente a esa hora. Lo primero que miro son sus uñas, luego su escote. Levanta la taza y bebe. Sus movimientos son fuertes. Le pregunto cómo quiere que le diga: Luis Guillermo o Brigitte, y me responde con voz de hombre y sin amaneramientos, que como mejor me sienta. A Brigitte nunca le ha importado el qué dirán.
Días después de esta primera cita, su esposa, con la que está casado, ¿casada?, hace diez años, entraría al mismo café en el que estamos ahora, casi a la misma hora y con la misma luz. Entraría junto con Brigitte y con sus dos niñas cogidas de la mano. Este es su segundo matrimonio, hace diez años decidió vivir su vida desde el lado femenino y su esposa actual no puso ningún reparo. Brigitte, o Luis Guillermo, va como mujer a su trabajo, asiste a congresos internacionales, a las reuniones de padres de familia del colegio, a la playa, a los restaurantes, al supermercado o de compras. En la Javeriana ya para nadie es extraño el sonido de sus tacones por los pasillos de la Facultad de Estudios Ambientales.
Al fin y al cabo ese es su segundo hogar. De ahí se graduó como biólogo, fue coordinador de investigaciones en ambiente y cultura del Instituto de Estudios Ambientales para el Desarrollo Sostenible y ahí dictó clases de ecología del paisaje, biogeografía y biocomplejidad, hasta hace algunos meses. Al parecer esas clases marcan la vida de sus estudiantes. Por sus manos ya han pasado veinte generaciones de biólogos, ecólogos y hasta arquitectos. Y esto lo han entendido los directivos de la universidad, para los que la opción de vida de Luis Guillermo es  respetable.
Tiene una maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de la Florida y un doctorado, a medio camino, en Ciencias Ambientales de la Autónoma de Barcelona. Ha asesorado alrededor de cincuenta tesis de grado. Es especialista en ecología de paisajes culturales, análisis de procesos de transformación del territorio, historia ecológico-económica de sistemas productivos, análisis multicultural de uso y manejo de biodiversidad y vivió varios meses en el Amazonas. Desde hace más de seis meses ocupa la Subdirección Científica del Instituto Humboldt y coordina buena parte de las actividades académicas del Año Internacional de la Biodiversidad. Ha escrito varios libros y forma parte de varias antologías, en total más de quince publicaciones.
Su experiencia no sólo la reconocen la mayoría de las personas que han tomado sus clases o han asistido a sus conferencias. La Premio Nobel de Economía de 2009, Elinor Ostrom, trabajó con ella, con él, en un seminario organizado por la Javeriana y se fue encantada, me cuenta Luis Miguel Renjifo, decano de la Facultad de Estudios Ambientales de la Universidad Javeriana.
-Viví su transformación con muchísimo respeto --añade-. Primero porque es mi amigo y lo quiero como es, independiente de como se vista o de la apariencia que tenga, y segundo porque es una persona muy amorosa y respetuosa, además de ser uno de los mejores profesores que tiene la facultad. Es verdad que apenas la gente lo conoce queda impactada y hasta hay una reacción de rechazo, pero luego de hablar y conocerlo mejor, todo el mundo queda encantado.
Los alumnos también tienen la mejor de las impresiones. Hablo con varios y todos coinciden en que a los diez minutos de estar con Brigitte, su apariencia pasa a un segundo plano. "El tipo es un genio. Puede andar desnudo que a nadie le importa", me dice una de sus alumnas. Brigitte puede hablar de historia del arte, de los cuadros de Manet o de Goya, de la historia de la creación de las universidades en el mundo o de las intimidades del imperio de Napoleón. Hay una cuadra en donde todas las casas tienen rejas. Hay una casa que no las tiene. Hay un jardín. Y hay un montón de plantas que crecen en desorden, como si estuvieran en la selva y no en el corazón del Park Way, una zona tradicional de Bogotá. Esa es la casa de Brigitte y su familia.
El interior es luminoso. Hay -entre otras cosas- un patio con un árbol de feijoas en el centro y un horno para quemar piezas de cerámica. Y libros. Libros en la sala, en el comedor, en el estudio, en los marcos de las ventanas. Es una mezcla de la literatura de Roberto Bolaño, los cronistas de Indias, literatura hispanoamericana, libros de estudios del comportamiento de los jaguares, historias de la Amazonia colombiana o bibliografía técnica sobre biodiversidad, conservación y paisaje. El fotógrafo le pide que se quite las gafas.
-No veo nada sin ellas -responde Brigitte.
Y cuenta que tiene todos los problemas del mundo: miopía, astigmatismo, hipermetropía. Por fin me responde que hace diez años cuando tomó la decisión de vivir como Brigitte, también decidió hacer de su cuerpo lo que quisiera.
-Una vez acepté vivir mi vida como Brigitte, empecé también a pensar en el cuerpo que quería. La cirugía plástica es una forma de hacerlo y ahora resulta más segura que hace veinte años. Muchos trans hacen barbaridades con su cuerpo en ese proceso de transformación: se inyectan aceite de cocina o de motor, hay muchos que mueren por hacer ese tipo de cosas. Finalmente recurrí a la cirugía. Defiendo el derecho de todas las personas a hacer con su cuerpo lo que quieran. Lo que esté asociado al goce del cuerpo me parece bien. Por mi parte estoy todavía en ese proceso. No soy del todo mujer, estoy entre ambas aguas y eso es algo que muchos me critican, pero me siento bien como estoy porque en últimas la idea es ver cómo se es más feliz.
Junto al estudio de las cuevas, sus mayores pasiones son la música metal y el cómic erótico. Cuando era niño, niña, tocaba violín, y ahora intenta enseñárselo a sus hijas. Es un fanático del metal gótico y no duda en asistir a los principales conciertos que hay en Bogotá. Ya se encuentra listo para ir al de Metallica y está en busca de alguna pinta supersexy: puro cuero negro forrándole el cuerpo, un corsé, entre el que se adivinan las líneas de sus senos y unas botas de tacón altísimo, maquillaje para la ocasión, pelo suelto y sus aretes. Su acompañante, de jeans y de tenis "por si hay que correr o agarrarse a puños con alguien para defenderla", será María Paula Quiceno, una mujer de unos treinta años, amiga del alma y colega de Brigitte, con la que asiste a este tipo de conciertos o intercambia cómics, discos y videos.
-Cuando lo conocí -me dice María Paula- me recordó las películas de piratas de mi niñez, con esos hombres vestidos con camisas de flores y sus candongas enormes. Era totalmente andrógino. Nunca se sabía si era hombre o  mujer. Andrógino. Como el nogal. Así era Luis Guillermo antes de asumir su vida como Brigitte.  Pero la dualidad ha existido desde siempre. La historia quizás comienza a los siete años cuando era un niñito flaco y barrigón. Cuenta que un día se levantó, vio esa barriga enorme y pensó que estaba embarazado. Se angustió tanto con la idea de que iba a tener un bebé, que aún recuerda la anécdota como algo que marcó su vida. De hecho la imagen del embarazo lo persigue hasta hoy como una extraña obsesión. Me confiesa que se sueña embarazado y que le encantaría dar a luz.
-Mi apariencia va mucho más allá de simplemente vestirme de mujer. No quiero que se hagan definiciones o afirmaciones tajantes sobre qué soy, mucho menos sobre mi género, mi sexo ni mi sexualidad... No quiero ser travesti, pero algunos me considerarían así, no quiero ser transexual, porque no creo en la existencia de los sexos. No quiero ser mujer porque soy consciente de que físicamente nunca voy a serlo. No quiero ser hombre tampoco... Simplemente quiero ser Brigitte Luis Guillermo, una persona en movimiento: como una serpiente que cambia de piel.
Brigitte nació en 1963, su adolescencia transcurrió en la onda del peace and love, con una presencia femenina muy fuerte. Era la época de las divas como Brigitte Bardot -de quien tomó el nombre- o de Marilyn Monroe. El mundo en el que creció era el de los hombres con pelo largo, el de la controversia, el de la quema del sostén y la minifalda. Su tía compraba revistas como Vanidades o Cosmopolitan. Para el adolescente de entonces, la chica Cosmo era lo máximo: "Yo miraba las fotos en las revistas y me moría por ser esa chica".
Confiesa que la ropa, el maquillaje, los colores, ese mundo femenino de atracción y fetichismo, le fascinaban desde muy niño y entonces, en un punto, decidió que lo que quería era que lo miraran y lo trataran bien. "No quería que me trataran a las patadas, así que decidí estar en el otro lado, en el lado femenino", dice. Su etapa de colegial y adolescente fue bastante dura. Pero definitivamente los tiempos posteriores al divorcio con su primera esposa fueron los más dolorosos y tristes de su vida. Luis Guillermo se casó por primera vez a los 29 años, en la época en que todavía era difícil aceptar que Brigitte era parte innegable de todas sus cosas. Con su primera esposa estuvo siete años y fue después de esa ruptura, que además coincidió con la muerte de su hermana, cuando entró por primera vez al Humboldt.
Ahí se dedicó a trabajar hasta 18 ó 20 horas al día para entretener su depresión, hasta que finalmente viajó a Barcelona para comenzar su doctorado ya con su actual esposa y la madre de sus hijas. Se enamoró de ella, entre otras cosas, porque ha sido la única mujer que le ha dado rosas y no descarta casarse con ella con las dos vestidas de blanco. Brigitte conoce bien la historia y la situación extrema que afrontan las trans en la ciudad -abuso por parte de la fuerza pública (policía y ejército), detenciones arbitrarias, robos, asesinatos, falta de acceso a la justicia, a la educación, a la seguridad, al trabajo- y esa es una de las razones por la que decide contarme su historia. "Mi testimonio tiene que servir para que la gente reflexione sobre la intolerancia". Y aunque ella nunca ha estado en grupos activistas de la población LGBT, apoya la causa cada vez que puede.
-Yo sé que soy privilegiada. Hago lo que me gusta. Soy feliz con mis responsabilidades como docente en la Javeriana y en el Instituto Humboldt. Sé que muy pocos trans pueden trabajar en lo que les gusta. Yo tengo esa oportunidad y mi testimonio tiene que servir. Y en realidad ser trans parece ser difícil hasta en los países más avanzados. El nombramiento de Amanda Simpson como asesora técnica para el Departamento de Comercio dentro del gabinete del presidente de Estados Unidos Barack Obama ha causado mucho asombro y ha sido la comidilla de los medios en el mundo. Simpson, antes llamada Mitchell, es la primera mujer trans en ocupar un alto cargo en una de las administraciones más poderosas del mundo.
-Me demoré 35 años en llegar a este punto y ya no me voy a devolver -dice Brigitte-. En esencia mi activismo es mi vida cotidiana, es la capacidad de liberarme de mis propios miedos. Mi lucha política ha sido más desde lo ambiental, que también es una lucha por la vida. Unos días después nos encontramos en el Humboldt. Es un edificio viejo, esquinero, en plena 26 con Caracas. La oficina de Brigitte queda en el quinto piso. En el instituto trabajan alrededor de cincuenta personas y para las cincuenta es normal verla entrar todos los días montada en sus tacones.
Ese día tiene una minifalda de jean, medias veladas gruesas, camisa estampada y tacones morados. Le digo que está muy chic y me responde que está estrenando. Su secretaria nos interrumpe.
-Doctora Brigitte -dice-, llegó la carta.
-Por fin, responde Brigitte, ya la miro. Gracias.
Veo cómo vive su vida cotidiana, sentada frente al computador, contestando el teléfono y programando reuniones. La miro detenidamente, como haciéndole un escáner, y ya no siento curiosidad por su escote, por sus uñas pintadas de vino tinto ni por su maquillaje. Es verdad lo que dicen sus alumnos. El tipo podría andar desnudo y no importaría. (El Tiempo)

1 comentario

Pablo77 -

La falta de identidad de las personas las puede llevar situaciones extravagantes; o a menos que haya sido victima de algun maltrato o abuso y no haya podido salir de la negacion.