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CAUSA ABIERTA

Confesiones de un hombre que quería vivir

Confesiones de un hombre que quería vivir

En una entrevista de 2003, nunca editada, habla de su relación con el cigarrillo, de su padre, de su fe religiosa y de rock.
Hacía tres años que, juraba, no probaba el cigarrillo. Venía de una neumonía y su mayor ambición era domar "el espectacular enfisema que me supe construir". No quería volver a utilizar en un show el sistema Mc Gyver, como él llamaba al formidable mecanismo de tubos de oxígeno disimulados en escena, entre falsos cables de micrófonos y flores de plástico, monitoreados por un kinesiólogo. Empezaba a escribir un nuevo espectáculo, La profecía.
Estamos hablando de principios de 2003. Clarín preparaba un disco en el que él relataría aspectos de su infancia y su trayectoria, junto con un libro biográfico. Habían quedado algunas datos sueltos, puntos ambiguos, cifras para cotejar. Combinamos una charla para despejar las dudas, y lo que iba a ser un ping pong sobre temas puntuales se transformó en una entrevista con varios rasgos de informalidad, que permanecía inédita hasta ahora.
¿Cómo estás con el cigarrillo?
Dejé hace tres años. Yo me fumaba tres atados Y se me fueron todas las ganas, es como si nunca hubiera fumado. Fue muy fuerte lo que me pasó. Un día, subiendo la escalera de mi casa, noté que me iba poniendo azul... Mi cerebro se está quedando sin oxígeno. Y yo sé cómo es esto... Primero viene el desvanecimiento y después el paro respiratorio y el cardíaco.
¿Extrañás?
No, te lo juro. Por ahí a veces sueño que alguien me da un faso ¿viste? y el faso se rompe, o está mojado, o nadie tiene fuego para encenderlo, o se me cae en un inodoro. No me importa nada. Te juro. Es más, no puedo creer que yo haya fumado todo lo que fumé.
Vos en algún momento tuviste alguna revelación cristiana, ¿no?
Sí. Un día me senté en la punta de mi casa, sobre el portón. Desde ahí se ve el parque, la casa, al fondo con el garage... Me acuerdo que se estaba yendo el sol, era verano.
Subí con un vasito de whisky, me senté y pensé: así que esto era el éxito... ¿Y ahora qué? Tuve una encrucijada, empecé a buscar, empecé a estudiar la Biblia y a leer libros de religiones comparadas. Me fui avivando de que tiene que haber algo más. Tenía 31 años. Estuve un año y medio sin cantar.
Hablás mucho de Nina, tu madre... Tu viejo siempre parece a un costado...
Vicente, un fenómeno de persona.
Para él lo importante era que yo no estuviera en la calle. Me seguía la corriente y me apoyaba en todo.
Me preguntaba: ¿es moral? ¿es legal? Sí. Entonces, ¿por qué no? Cuando vio que yo cacé la guitarra y me quedaba ocho horas encerrado tocando se dio cuenta de que era en serio.
¿Qué te pasó por tu cabeza cuando te diste cuenta de que quizás con un show ganabas más que lo que tu padre ganaba un mes entero en el frigorífico?
No, nada, porque él venía conmigo.
Yo era menor. El primer contrato con la CBS fue firmado por mi viejo. Y después, aparte, venía a cobrar en los shows. El siguió laburando en el frigorífico hasta que el físico dijo basta, pero no por necesidad... Era el modo de sentirse útil.
Vos ibas a La Cueva... ¿por qué la historia del rock argentino te ignora tanto?
¿Viste? Antes me molestaba un poco, ahora ya no... Es más, me gustaría grabar un disco y juntar a los locos de La Cueva: Javier (Martínez), Litto (Nebbia), Moris, Pajarito (Zaguri). Y pensar que ahora los rockeros ya no me saludan...
¡me sacan bronce! Debo estar muy jovato ya. Yo creo, volviendo a lo otro, que lo que hubo fue una amplitud mental en todos los órdenes del rock argentino. Cambió la mentalidad de los muchachos. Por ahí, es como que me redescubrieron, por decirlo de alguna forma. Yo lo tomo por ahí.
En 1970 diste dos conciertos en el Madison Square Garden... ¿Cómo fue? ¿El público era latino?
El 98% era todo latino. Nueva York por aquellos años era como entrar en Roma. Mucho puertorriqueño, colombiano, panameño, guatemalteco, mexicano. Bueno, en este momento es la primera minoría. Y de la primera minoría, yo te diría que el 70% son mexicanos. Fue impresionante, la primera trasmisión vía satélite... Una maravilla.
Aunque yo en la primera noche me sentía un poco engripado. Y al poco tiempo canté en el Carnegie Hall, pero no fue una buena experiencia.
¿Qué pasó?
Noté cierto desprecio por ser latinos. El tema es así: tanto el Madison como el Carnegie, te lo alquilan: vos vas, ponés la mosca y te lo dan. Pero te maltratan. Los tipos te tenían que entregar el teatro a una hora, y te lo entregaban dos horas después. No tenías tiempo para hacer el montaje de iluminación, el sonido. Cuando estabas probando el sonido, aparecía un tipo con un medidor de rango sonoro: baje, baje, baje, baje. Muy hinchapelotas.
Nos volvían locos. Venían los bomberos y si habías vendido una entrada de más te amenazaban con clausurar el espectáculo.
Hubo un instante de la historia de la canción argentina que fue irrepetible a nivel masividad: 1969. Vos, Leonardo Favio y Palito Ortega.
Una cosa maravillosa. Cuando Leonardo salió con Fuiste mía un verano yo largo Así, todos en disco simple, y el Negro Palito creo que larga La felicidad. Leonardo vendió 460.000 discos, yo trescientos y pico y el Palo también trescientos y algo. Un millón entre los tres.
Date cuenta cómo era el mercado.
¿Había rivalidad?
No, era cosa más de las compañías discográficas. Cada uno tenía su estilo.
Cuando vos te abrís de Los de Fuego para pasar del rock and roll a algo más romántico, Los de Fuego quedaron resentidos...
Eramos todos pibes, no te olvides de eso. Yo me separo porque ellos ya habían aflojado, ya no había hambre, como quién dice. Entonces no querían ensayar y era todo medio a la bartola. Llegaba el sábado, se ponían la pilcha y nada más.
Yo sí tenía hambre, yo quería progresar.
Se hace un silencio y con amabilidad deja entrever que está apurado. Todavía le cuesta hablar mucho tiempo, se agita.
¿Pensás que vas a volver a cantar?
Estoy haciendo todo lo posible. Es lo único que sé hacer, en realidad.
En 2004 estrenaría el espectáculo La profecía. La gira quedó trunca: en diciembre volvió a ser internado. A partir de ahí, su salud entró en una espiral siempre descendente.
El casete sigue hablando, solo: "Cantar, finalmente, es secundario. Apenas quiero vivir como la gente".

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