Una joven musulmana y ciega utiliza un poni como lazarillo porque según el islam la saliva del perro es impura
Si el perro está considerado como el mejor amigo del hombre, especialmente para las personas con visión deficiente, un nuevo pretendiente al título ha entrado en la liga: el poni enano. Es el mejor amigo de Mona Ramuni, una musulmana ciega de 29 años.
Esta pequeña hembra, llamada Cali, tiene la talla de un perro grande pero solo pesa 45 kilos y parece un poco más achaparrada. Tal vez también un poco más astuta, sobre todo cuando intenta abrir el bolso de las golosinas que su dueña, que vive en Dearborn (Michigan), lleva siempre en la cintura. Mona, con un punto de orgullo en la voz, constata con sorpresa los progresos de esta pequeña hembra baya de crines negras. «En muy inteligente. Sabe de qué lado están las zanahorias», asegura. Cuando se es ciega y musulmana como Mona, tener un poni como guía es una suerte. Y no solamente porque su esperanza de vida es de 30 años, frente a los 12 de un perro. Sobre todo, por razones religiosas. Los padres de Mona, inmigrantes jordanos y fervientes musulmanes, han rechazado siempre admitir un perro en su casa. Su saliva está considerada impura por las enseñanzas del islam. Y pese a que los Ramuni son poco partidarios de tener animales domésticos en su casa, han aceptado finalmente la presencia del poni, que vive en un pequeño cercado en el jardín. Los vecinos, sin embargo, son más reticentes a aceptar a este caballito en miniatura en el barrio. Uno de ellos ha intentado convencer al Consejo Municipal de Dearborn de que prohíba a Mona tener al animal en casa. La joven ha recibido también una serie de correos insultantes sobre las creencias religiosas de su familia. Estos obstáculos llegan después de los incontables esfuerzos por encontrar un caballo adecuado, un adiestrador, y aprender a ocuparse de Cali y de domesticarla. Comprada cuando tenía cuatro años, Cali ha recibido una formación de siete meses para aprender a golpear con su pezuña el suelo y advertir de la existencia de un obstáculo. A subir y bajar de coches y autobuses, e incluso a reagrupar objetos desperdigados que luego Mona recoge. Estos esfuerzos han sido recompensados por un resultado gratificante: «Antes de tener a Cali tenía miedo de desplazarme sola, incluso si se trataba de algo que estaba a mi alcance. Ahora he evolucionado hacia otro mundo. Percibo las cosas de manera diferente y tengo la impresión de tener muchas más capacidades», explica Mona. Más que una ayuda práctica cotidiana, el poni se ha convertido en un verdadero vehículo de socialización. Cali atrae la atención de los paseantes, que se interesan por el animal y no dudan en entablar conversación con su dueña. Mona se siente ahora visible ante los otros. Existe una ley estadounidense destinada a favorecer la integración de las personas con minusvalías para protegerlas contra la discriminación. Esta norma exige que comercios, restaurantes y hoteles autoricen la entrada de sus animales. Pero todavía es más difícil introducir al poni en la categoría de animales aceptables. Mona aún corre el riego de que las autoridades le retiren el permiso para tener a Cali en su jardín. «Si me la quieren quitar, tendrán que arrancarme las riendas de las manos», afirma. Esta joven, pese a todo confiada, que espera conseguir un doctorado en psicología de la infancia y abrir su propia consulta, aspira simplemente a llevar una vida normal.
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