Buenos Aires se quedó sin besos
En Buenos Aires, mi ciudad natal, siempre he pasado por antipática. Además de que cuando estoy seria, parezco demasiado seria, mi costumbre de saludar con un: ¡hola a todos! nunca contó con la aprobación de mis amigos y mucho menos con la de los que no me conocen. Pero esta vez, durante mi paso por la capital argentina, me convertí -sin quererlo- en la más simpática de todas. Aunque no me valió de mucho. Y es que mi esfuerzo por besar a toda persona con la que me encontraba –una costumbre muy arraigada entre los argentinos, incluso entre los hombres- no fue recibido como yo esperaba. Con la amenaza de la influenza A H1N1, y el temor creciente a caer presa del contagio, este singular hábito goza por el momento de un merecido descanso. Al ingresar en un consultorio médico al que acudí por circunstancias que nada tenían que ver con la gripe porcina, la recepcionista –a la que yo desconocía- se disculpó profusamente por no ofrecerme el habitual saludo. Más tarde, una colega de las oficinas de la BBC en Buenos Aires me besó con afecto. Acto seguido explicó a sus compañeras que se trataba de una excepción (obviamente a ellas las había saludado antes con un movimiento de mano) porque no me veía hace más de un año. Hay muchos que aún no saben cómo reaccionar: ¿besar o no besar? Esto ha dado lugar a la típica escena que se suele ver en Europa cuando un argentino le estampa un beso a un desconocido desprevenido, dejándolo, por unos instantes, apabullado. O cuando después de algunos días, por las dudas, prefiere –para no equivocase- no besar a nadie, ni siquiera a quien debería. Todo esto en Buenos Aires, donde además, la distancia en la fila para esperar al autobús (o colectivo) se tornó más… cómoda, y por ende más larga.
Nadie para decir adiós
Debo decir que con mis amigos de siempre también me besé, aunque no sé si esta demostración de cariño también formó parte de ese mundo de excepciones temporarias a las que muchos se han acomodado. Como por ejemplo la de evitar las aglomeraciones, utilizar menos el transporte público (¡qué placer me resultó esta vez viajar en metro, perdón quiero decir en subte!) y mantenerse en lo posible alejados del resto. Con este fin, el gobierno decretó para el viernes el feriado sanitario. Tomar un café con una amiga en un bar al aire libre -sí, en pleno invierno- fue para mí el colmo...... hasta que llegó la hora de partir y despedirse en el aeropuerto. Una imagen bastante inusual la que me llevo del final, por cierto. Tuve la suerte de que me acompañara mi padre. Nos sentamos a conversar y hacer tiempo en una mesita en un rincón, aislados del resto, "para no contagiarnos". Aunque en verdad no hacía falta, el aeropuerto estaba vacío, muchos pasajeros se estaban yendo, sin nadie que los despidiera. (Por Laura Plitt de BBC Mundo)
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