Blogia
CAUSA ABIERTA

En Entre Ríos, mató a golpes a un niño de 8 años para vengarse del padre

En Entre Ríos, mató a golpes a un niño de 8 años para vengarse del padre

Confesó haber asesinado a sangre fría a un nene de ocho años, para vengarse del padre, pero se tomó su tiempo. Lo hizo recién después de haber desviado la investigación y tras simular ser un baqueano que ayudaba a la Policía a encontrar el cuerpo en un profundo matorral, cerca del aeropuerto de Paraná.
Esa es la historia de Omar Ayala, de 31 años, quien hace seis años había salido de la cárcel tras cumplir cuatro de prisión por robo calificado. La historia es comentario obligado en Entre Ríos desde el jueves, cuando se supo del terrible crimen. Ese día la Policía halló el cuerpo de Angel Leoncio Maidana, a quien su papá pidió localizar.
Angel había sido visto por última vez el miércoles, a metros de su casa, de donde no tenía por costumbre salir solo. Su padre dijo que estaba esperando que llegara su hermano mayor con un pajarito que le había prometido cazar.

El nene, a quien todos conocían como Leo -por Leoncio, su segundo nombre- vestía un jean, una remera y ojotas. La misma ropa con que lo encontraron muerto.

El crimen, según los investigadores, fue por venganza. Juan José Maidana, el papá de Angel, admitió haber tenido roces con Ayala, quien se había instalado con una precaria casilla en su terreno. Y dicen que había una disputa de dinero por la venta de unos cerdos que habían criado juntos.

Sin embargo el cuerpo del nene apareció con evidentes signos de violencia física. Llevaba casi un día a la intemperie. Su asesino ni siquiera se preocupó por ocultarlo para dificultar la búsqueda.

Por el contrario, Ayala simuló colaborar con los policías que participaron del rastrillaje en El Radar, una barriada inhóspita en el sureste de Paraná, junto a la Base Aérea y el aeropuerto.

Se lo vio subido a un caballo blanco con el que guió a los agentes que el miércoles comenzaron a buscar a Angel. Llevó a los policías por senderos estrechos, con espesa vegetación y muchas espinas. Un circuito que no se alteró durante la primera jornada de búsqueda.

Los perros habían perdido el rastro de Angel y los buzos tácticos buscaron en cursos de agua y aljibes ocultos entre la vegetación de la zona. Tampoco sirvió de mucho la presencia de la División Montada ni del Comando de Operaciones Especiales.

Hasta allí la predisposición de Ayala no había generado sospechas. Pero esa noche un dato alertó a la Policía: otro nene le dijo a sus padres que había visto a Angel con el jinete del caballo blanco.

Todo cambió al día siguiente. El supuesto baqueano rumbeó en otra dirección y el hallazgo fue casi inmediato, como si se tratara de algo premeditado. Los policías no debieron esforzarse mucho para encontrar al nene muerto. Angel había recibido golpes en el cráneo, la espalda, el pecho y el abdomen.

Algunos vecinos que habían participado de la búsqueda inicial de los Maidana advirtieron que Ayala se mostraba de manera diferente.

Hubo un primer interrogatorio que no aportó mucho. Tras la aparición del cadáver los investigadores volvieron sobre Ayala.

No hubo muchas preguntas: sin más trámite reveló que lo golpeó contra un árbol y después lo estranguló. También dijo que lo pateó hasta que se cansó. Dicen que no hubo abuso sexual.

Ayala reconoció ante los policías que se cruzó con Angel y entabló un breve diálogo. Así supo que estaba interesado en ver a su hermano y su grupo de amigos, que estaban cazando pajaritos.

Su promesa de llevarlo con ellos le sirvió de excusa para tramar su macabra venganza. Se presume que Angel caminó un trecho y que luego se subió al caballo, ya que los perros adiestrados perdieron el rastro del nene. Ya en el descampado y sin testigos, Ayala ejecutó su plan sin resistencia. "Ahora que sufra el padre", cuentan que dijo ante la Policía.

Tras la confesión la Policía se lo llevó, por temor a que los vecinos quisieran lincharlo. Fue alojado en la alcaidía de Tribunales, donde será indagado por el juez de Instrucción Juan Carlos Ríos y la fiscal Lidia Taleb. Clarín.

0 comentarios