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CAUSA ABIERTA

Gordon Brown sacrifica su carrera política para evitar un gobierno conservador

Gordon Brown sacrifica su carrera política para evitar un gobierno conservador

El primer ministro británico, Gordon Brown, anunció hoy que renunciará como líder el Partido Laborista, cargo en el que sucedió a Tony Blair en junio de 2007, en un último intento para evitar que los conservadores lleguen al gobierno.
Poco dado a las sorpresas y a la improvisación, Brown pilló hoy a contrapié a toda la clase política y periodística del país, y escenificó el principio del fin de su larga trayectoria política en una declaración frente al número 10 de Downing Street, la residencia oficial del primer ministro británico.
En el tono serio que siempre ha transmitido, Brown dijo: "tengo la intención de pedir al Partido Laborista que ponga en marcha el proceso necesario para la elección de su propio liderazgo".
Brown pidió que ese proceso se haya completado para el Congreso que el laborismo celebrará en septiembre y añadió: "no participaré en esa elección y no apoyaré a ningún candidato en particular".
Fue el penúltimo acto político de un dirigente que se había ganado en los últimos años el apelativo del "ave Fénix" tras capear la peor crisis económica en 60 años y sobrevivir a tres "golpes de Estado" dentro del laborismo por su discutido liderazgo.
Primer ministro sin ganar unas elecciones y líder laborista en un proceso teledirigido, este escocés de 59 años, hijo de un pastor de la Iglesia de Escocia, casado y con dos hijos, había sido comparado hasta ahora con un boxeador noqueado que se resistía a arrojar la toalla, y ahora parece que finalmente se ha producido el KO.
La rendición llega casi tres años después de que Brown llegara al número 10 de Downing Street, en lo que ha sido uno de los mandatos más tormentosos en la memoria política reciente en Londres.
Después de 10 años como canciller del Exchequer, como tecnócrata a la sombra del carismático Blair -con quien había pactado que se turnarían en el poder cuando los laboristas volvieran a tenerlo, tras casi dos décadas de gobiernos conservadores-, Brown logró su objetivo de ser primer ministro el 27 de junio de 2007.
Sus inicios en Downing Street fueron una luna de miel, en la que disfrutó de una elevada popularidad, por lo que posiblemente Brown se haya arrepentido más de una vez de no haber convocado elecciones en noviembre de ese año, porque habría logrado una fácil victoria.
Eran los tiempos en los que nadie era capaz de prever la recesión económica que se iba a desatar unos meses después y que también pilló por sorpresa al experto Brown, que no obstante logró convertir la crisis en una oportunidad para reivindicarse como eficaz gestor.
En los escombros de la City y de la economía nacional, que Brown salvó aplicando un fuerte intervencionismo estatal con la inyección en el sistema de decenas de miles de millones de libras de los contribuyentes, Brown encontró motivos para reivindicar su labor.
Entre finales de 2008 y mediados de 2009 cultivó la imagen de estadista que lideró a la comunidad internacional a evitar una crisis como la de 1929, y aprovechó la cumbre del G-20 que diseñó la nueva arquitectura financiera internacional para "venderse" en casa.
Casi lo logró, hasta el punto de que después de ser considerado un cadáver político, con encuestas sobre intención de voto que le situaban casi 20 puntos por detrás del líder conservador, David Cameron, Brown resurgió para volver a ser una alternativa real, no sólo frente a los votantes sino dentro de su propio partido.
Su liderazgo laborista ha sido continuamente cuestionado y en los momentos de mayor dificultad, como en las elecciones europeas de junio de 2009, en las que el partido cosechó los peores resultados en décadas, tuvo que luchar también con sus correligionarios.
Cinco altos cargos del Gobierno dimitieron en plena crisis política después de tratar de forzar una sucesión al frente del Partido Laborista que permitiera a esta fuerza política tener opciones de ganar las elecciones del pasado día 6 de mayo.
Ni siquiera el ministro de Exteriores, David Miliband, que lanzó su carrera política al amparo del Gobierno de Brown, tuvo el gesto de defender sin ambages el liderazgo del primer ministro, en una indicación de que son muchos los "barones" de laborismo que estaban esperando su oportunidad tras el previsible desastre electoral.
No en balde, Brown es el máximo responsable de que el laborismo haya cosechado los peores resultados desde que Margaret Thatcher barrió a Michael Foot en las elecciones de 1983 y la mayor pérdida de circunscripciones (91) desde las elecciones de 1931.
Ahora resta saber cómo gestionará el laborismo la transición.
En las últimas semanas, los medios británicos informaron de que ya se estaba preparando el relevo y se apuntaba al actual ministro de Economía, Alistair Darling, como gestor de este periodo de interregno, en un proceso que puede ser largo y traumático.
Los medios también especulan con la posibilidad de que el llamado grupo de los "ultras" -el ministro de Empresas, Peter Mandelson, el ministro del Interior, Alan Johnson, y el ministro de Defensa, Bob Ainsworth- intente dar un rápido golpe de mano para convertir al ministro de Exteriores, David Miliband, en nuevo líder.
La intención es evitar una debate interno sobre el liderazgo del partido que deteriore aún más la imagen del laborismo, pero todo parece indicar que cualquier movimiento de Miliband encuentre la réplica del ministro de Escuelas, Ed Balls, y del ala izquierdista del laborismo, encarnada por el parlamentario Jon Cruddas.

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