El marinero en copas que presenció el asesinato del taxista en Montevideo
El marinero paró el taxi en el centro de Montevideo. Corrían las tres de la madrugada y apenas había salido de un bar donde se había tomado todas las copas que pudo para festejar la vuelta a tierra firme después de haber estado varias semanas embarcado. Pese a su avanzado estado etílico supo decirle al taxista el destino exacto al que quería ir. Rodrigo Pereira lo escuchó con atención y reinició su marcha rumbo a Camino Carrasco y Joaquín de la Sagra, en el barrio de la Cruz de Carrasco. El taxista estaba contento. Había logrado conseguir otro auto de alquiler para trabajar esa madrugada porque el que habitualmente conducía había tenido un desperfecto mecánico. Siempre precisaba dinero para llevarle dinero a su mujer y tres hijos y si no trabajaba, se desesperaba, aunque siempre convervaba el buen humor. No bebía ni fumaba y para ahorrar hasta el último peso para su hogar, llevaba un botella con "jugolín" para pasar las horas. Pereira no pudo evitar una sonrisa al ver a ese marinero tan alegre. Cómo podía imaginar el trabajador de las calles desiertas y crueles que ese pasajero que venía del mar iba a presenciar su propia muerte muy pocos minutos después. El marinero le dio charla y el taxista respondió con cortesía. La travesía era medianamente larga y los dos hablaron de bueyes perdidos. Algo pasó entre esos dos hombres. Cierta empatía había nacido dentro del taxi. Por eso, cuando llegaron al destino, le recomendó a Pereira que lo dejara en la esquina de su casa porque el barrio estaba un poco jodido. Pereira le hizo caso y detuvo la marcha donde el marinero le indicó. El marinero sacó los billetes arrugados que tenía en uno de sus bolsillos para pagarle el viaje a Pereira. El dinero estaba pasando a las manos del taxista cuando el marinero escuchó dos detonaciones. Le pareció que eran disparos y enseguida lo comprobó al estallar unos de los vidrios. Uno de los proyectiles atravesó la ventanilla y dio de lleno en Pereira que apenas pudo decir "me dieron". Con las últimas fuerzas el taxista siguió la marcha una cuadra más hasta que cayó exánime sobre el volante y el rodado en una cuneta. Al marinero se le fue la borrachera. Tomó el celular del taxista y discó el 911. "Ni siquiera le pidieron la plata", relataría luego el marinero a la policía. Una bala calibre 7.65 había segado la vida de Pereira al lado del marinero que, hasta ese momento, estaba feliz de volver a tierra....
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juan ferreira -