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CAUSA ABIERTA

Cómo tratar los ataques de pánico

Cómo tratar los ataques de pánico

Comienza una sensación de ataque cardíaco, falta de aire, el corazón latiendo a mil por hora, y el sudor que empapa la ropa. En cuestión de segundos surge una serie de síntomas como boca seca, temblores, taquicardia, falta de aire, malestar estomacal, presión en el pecho, sofoco y mareos. Tales son las sensaciones de quienes sufren ataques de pánico, un síndrome también conocido como trastorno de pánico. El disturbio es una de las manifestaciones de la ansiedad patológica, y un gran limitante de la vida del paciente. Los síntomas del trastorno de pánico son muy intensos, superan lo que podría ser considerado el límite de ansiedad normal, y los expertos estiman que es la manifestación del más alto grado de ansiedad posible.
La ansiedad es un estado emocional normal; de hecho, una de las características que han garantizado la supervivencia de la especie humana es la capacidad de anticipar el peligro. Pero la ansiedad comienza a ser patológica cuando deja de ser útil y pasa a causar sufrimiento excesivo o perjudica el desempeño de la persona. El trastorno de la ansiedad es una de las manifestaciones de la ansiedad patológica.
Lo que caracteriza el pánico es la forma súbita en la cual los síntomas aparecen, y el hecho de que éstos pueden alcanzar su pico en un máximo de diez minutos. Quien sufre de ese mal vive en sobresalto constante, pues no sabe si las crisis se le repetirán en minutos, horas, días o meses, lo cual le genera mayor intranquilidad. Es frecuente que las crisis vengan acompañadas por la sensación de algo trágico, como la muerte súbita o la locura inminente, lo que generan tal inseguridad que la calidad de vida del paciente queda comprometida seriamente.
Mientras más preciso sea el diagnóstico, más precoz el comienzo del tratamiento y mayores las posibilidades de reversión del cuadro. Es muy común que las personas que sufren de este problema transiten por un maratón de especialistas antes de ser referidos a un siquiatra o psicólogo. Eso tiene que ver con la variedad de los síntomas físicos normalmente presentados por el paciente. Muchas veces el paciente no acepta de inmediato el diagnóstico de síndrome de pánico, y no cree que tantos síntomas físicos puedan provenir de problemas emocionales.
El trastorno es de dos a cuatro veces más frecuente en mujeres, pero también puede manifestarse en hombres. La mayor frecuencia en las mujeres tiene que ver con las alteraciones hormonales sobre algunas estructuras cerebrales. Lo más común es que el primer episodio de pánico se dé en el comienzo de la edad adulta, pero puede darse en adolescentes y preadolescentes. Es raro que se manifieste en mayores de 65 años. Debe recordarse, sin embargo, que un episodio aislado de crisis de ansiedad aguda no configura la dolencia del síndrome de pánico. Cualquiera de nosotros podría, eventualmente, tener una crisis sin desarrollar la enfermedad. La repetición de esa crisis sí configura la enfermedad y amerita el debido tratamiento.
Las razones que generan al trastorno no se conocen en su totalidad. La genética puede jugar un rol importante, pero también las influencias ambientales, la educación y las circunstancias de vida. Los desencadenantes pueden variar de persona a persona, e incluyen presiones laborales o académicas, inminencia de un casamiento o separación, nacimiento de un hijo o pérdidas de bienes o seres queridos.
Mi experiencia me dice que una suma de tres factores es suficiente para disparar el problema. El trastorno de pánico se encuadra dentro de los trastornos de origen mutlifactorial, es decir, envuelve la participación de factores genéticos, existenciales (especialmente cuando una persona se siente desamparada) y del nivel de estrés al cual la persona está sometida.
El síndrome también aparece de forma diferenciada, dependiendo de la forma como cada persona reacciona a los conflictos cotidianos. Hay grados leves, moderados y graves, de acuerdo con la intensidad de los síntomas. Los tres componentes del cuadro (ataques de pánico, ansiedad anticipatoria, comportamiento de evasión) deben ser tomados en cuenta cuando se busca determinar la gravedad del caso. Los casos más leves se presentan en términos clínicos como ataques de pánico aún con síntomas mínimos o limitados. Los ataques más graves tienen una mayor duración, son más frecuentes, presentan un mayor número de síntomas, que además aumentan en intensidad. Todos esos aspectos deberán ser considerados cuidadosamente a la hora de buscar el mejor abordaje terapéutico.
Como en la mayoría de los trastornos psiquiátricos, los medicamentos y la psicoterapia son utilizados en forma conjunta; pero no se descarta el uso aislado de uno de ellos. Si la persona sólo tiene ataques de pánico, sin ningún otro disturbio asociado, puede beneficiarse de una medicación o de algunas técnicas de terapia.
En el caso de que el cuadro también incluya agorafobia (fobia a los espacios abiertos) la respuesta a la medicación suele ser limitada. Cuando el pánico y una fobia están presentes, el tratamiento combinado sería la mejor opción.
El tratamiento debería mantenerse por un mínimo de seis meses, e idealmente por todo un año. Las mejoras son inmediatas (aparecen de dos a tres semanas después), pero las alteraciones biológicas demoran varios meses en desaparecer. De ese modo, si el tratamiento se ve interrumpido a las primeras señales de mejora, 80 % de los pacientes recaen en las primeras cuatro a seis semanas.
En lo que se refiere a la psicoterapia, no hay límites de tiempo estipulados para el tratamiento contra los ataques de pánico. Es importante establecer, sin embargo, que el síndrome se complica progresivamente cuando no es controlado; casi no se conocen casos de cura espontánea. Entre las complicaciones más comunes de este trastorno no tratado están la depresión, el desarrollo de otros trastornos de ansiedad, el abuso de alcohol y otros sedativos, pérdidas profesionales y sociales, y desgaste en las relaciones familiares.

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