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CAUSA ABIERTA

"Godín surgió de la miseria y no lo olvida"

"Godín surgió de la miseria y no lo olvida"

Por Raúl Santopietro
El día que estuvo a punto de morir, Diego Godín tenía apenas cuatro años. Pasaba una de tantas tardes en los bosques de Rosario, la ciudad uruguaya en que nació en 1986.

Sus padres, Julio e Iris, preparaban el fuego para asar las perdices que habían cazado, y Diego y su hermana Lucía, dos años mayor, decidieron dar un paseo. El inquieto niño se acercó a unas rocas e intentó, una y otra vez, atrapar los peces que nadaban en el arroyo. Hasta que cayó al agua.

La corriente se lo llevaba y Diego gritaba desesperado. No sabía nadar. Apenas daba unos manotazos por puro instinto. Su hermana corrió a por sus padres. Pero, de repente, Diego ya no gritaba y nadaba tranquilo hacia a la orilla. Nadie lo podía creer. Ni siquiera él, que años después lo recordaba así: «No sé cómo salí. Con botas, cazadora, pantalón, corriente... Yo sólo recuerdo la situación y que salí».

Salió para convertirse con los años en lo que es hoy: ídolo del Atlético de Madrid, capitán de Uruguay, posiblemente el mejor defensa central del mundo. Una tremenda personalidad forjada desde la infancia que apareció allí, en aquel arroyo, en el que hizo lo que tantas veces haría después: rebelarse contra su destino. Y ganar.

Tras el accidente, Godín siguió nadando. Tan bien lo hizo que a los 15 años tenía conquistados cinco récords uruguayos de natación en diferentes estilos. También era bueno en atletismo y aún conserva los trofeos y las fotos de cuando competía en su adolescencia.

El temperamento que se ve en el estadio enfrentándose a los rivales también lo aprendió de niño. A los siete años soportó hasta el hartazgo las bromas de un chico más grande que él. Se lo contó a su padre, escuchó su consejo y a la siguiente burla lo aplicó: le esperó a la salida de clase y, sin mediar palabra, le pegó un puñetazo en la nariz. Fin del bullying.

La expulsión. Era bueno en fútbol, en natación y atletismo. También en baloncesto y voleibol. Pero a los 15 años tomó una decisión. Dejar todo y apostar por el fútbol. «Ya no podía compaginar ambas actividades. Elegí el césped y acerté», dice hoy. El paso del tiempo le da la razón, pero no fue tan sencillo y su rumbo cambió más de una vez.

En 2002 Diego tenía 16 años y era su segunda temporada en Defensor Sporting, uno de las mejores canteras de Uruguay. En aquel entonces competía en la Quinta división y su posición estaba lejos de la actual: Godín jugaba de 10, de mediapunta. Era su puesto desde los cuatro años, cuando llegó al club de fútbol sala Estudiantes El Colla. Un atacante más afín a llevar la pelota que a quitársela a un rival.

Su primer año en Defensor había sido difícil por la adaptación a Montevideo. Abandonar una pequeña ciudad de 10.000 habitantes como Rosario y llegar solo a la capital fue duro para el adolescente. En la cancha tampoco fue un buen año, ya que casi no jugó. «Extrañaba el día a día, lo que era estar en el pueblo, y me costó mucho adaptarme», recuerda Diego en Vamos que vamos, el libro de Ana Laura Lissardy sobre la selección uruguaya del Mundial 2014 .

Mauricio Rosa Noni (futbolista profesional hasta 2013) era uno de sus compañeros. Vivían en la residencia del club y pasaban todo el día juntos, dentro y fuera del campo. Diego era suplente de Pablo Di Fiori y de Mauro Vila, dos jugadores que llegaron a Primera con Defensor, pero que no tuvieron mayor trascendencia. Según Mauricio, Godín «era un 10 con mucha técnica, pero que no se entrenaba como debía». En el segundo año todo cambió cuando Diego «hizo el clic», dice Mauricio, y «en la pretemporada era el que más trabajaba, el que siempre llegaba primero».

Una semana antes de comenzar el campeonato llegaron los dos a entrenar como cualquier día. Godín tenía la ilusión de poder ser titular. Se cambiaron en el vestuario y se dirigieron a la charla técnica. Todo normal, como siempre.

Entonces, el técnico, Heber Silva Cantera, reunió a los chicos y les dijo: «Vamos a reducir el plantel». Mauricio estaba allí: «Empezaron a nombrar y no lo olvido: Fulano, Mengano y Godín. Se le cayó el mundo y no lo podíamos creer. Me acuerdo aún hoy de verlo caminar llorando hacia el vestuario, agarrar sus cosas e irse. Lloraba desconsolado y nos decía que no volvería a jugar al fútbol».

El jugador de 25 euros. Diego volvió a Rosario y se rodeó de su familia. Pasó el trago y, con el apoyo de su padre, volvió a darse una oportunidad en el fútbol. Cinco meses después de que lo echaran de Defensor, un tío habló con William Lemus, director de divisiones inferiores de Cerro, un club humilde de Montevideo. Acordaron una prueba para Godín y allá fue con su padre.

Lemus recuerda que, nada más llegar, le advirtió de lo que era Cerro. No pagaban dietas, las duchas sólo tenían agua fría y ni siquiera había ropa. Apenas chalecos para diferenciarse unos de otros. Diego aceptó y Lemus le preguntó en qué posición jugaba. «De enganche», le dijo. «Yo juego sin enganche. ¿No jugás de otra cosa?», respondió el técnico. «Pues de centrocampista por la derecha». Y ahí empezó a entrenar.

Lemus lo probó en un par de sesiones, vio que «era bueno en ese puesto» y pidió que lo ficharan. Con 17 años, Godín pasó a ser juvenil de Cerro y su pase costó 840 pesos uruguayos, unos 25 euros. Hoy, 13 años más tarde, su valor de mercado se estima en 35 millones.

Godín aún jugaba en Quinta división y su equipo se quedó sin defensas por lesiones y expulsiones. Él, con su 1,87 m., era de los pocos altos que había en la plantilla y, por ello, Lemus decidió probarlo como central improvisado. «No me dijo nada, pero vi que no le gustaba», recuerda. Pero obedeció. «Era tan humilde que aceptó. Él pensaba que no podía jugar en esa posición, pero tenía buen juego aéreo y era técnico. Sólo le faltaba la agresividad bien entendida y saber ubicarse en la cancha. Y a medida que fue entrenando aprendió y le gustó».

Desde que asumió que se había convertido en central, su carrera en Cerro fue meteórica. Tras dos partidos en Quinta división, el entrenador del primer equipo, Gerardo Pelusso, lo convocó. Durante todo el curso fue indiscutible en Tercera y habitual en el banco de suplentes de Primera.

Sebastián Sarkisian es dos años mayor que Diego y compartió con él su etapa en la Tercera división. Incluso debutaron oficialmente en Primera con Cerro el mismo día, en 2003. Perdieron 1-0 con el Liverpool. «Ninguno de los dos dormimos el día anterior», recuerda Sebastián.

A día de hoy le sigue sorprendiendo cómo jugó su compañero aquel partido: «Parecía que llevaba 20 años jugando». Y a partir de aquella tarde, Godín ya nunca miró hacia atrás. Vivió un descenso y un ascenso con Cerro y terminó siendo su capitán. Pero lo que más destaca Sarkisian es que Diego «surgió de la miseria y no lo olvida». «A mí, por ejemplo, la primera vez que fui a entrenar con Cerro me robaron los championes (botas). Y salir de un equipo así es lo que te enseña a ser mejor futbolista. Haber aprendido ese sacrificio y superar esa miseria lo convirtió en lo que es».

La antiestrella. Quizás por eso, por esos inicios, Godín nunca perdió la humildad. Y para muestra basta con una acción tan sencilla como el saludo. Años después, Sarkisian se encontró con Diego, cuando ya era figura en el Atlético, de pura casualidad en un centro comercial de Montevideo. «No lo quise saludar porque ya era famoso y no me gusta molestar. Además, ¿ por qué se iba a acordar él de mí? Lo miré, él me miró y me vino a hablar. Hasta me hacía las mismas bromas que cuando jugábamos juntos. Eso no lo hace cualquiera», dice.

Godín pasó de Cerro al Nacional de Montevideo y de allí, a Europa. Con 21 años, volvió a emigrar solo. Esta vez rumbo al Villarreal, donde triunfó antes de llegar en 2010 a su casa actual: el Atlético. En el Calderón ha mostrado su mejor versión y es uno de los intocables de Simeone. También se ha adueñado de la selección uruguaya y no hay dudas de que, tras 97 partidos, el brazalete de capitán le pertenece.

Ahora, el Atlético de Diego Godín afronta otro momento histórico en esta época gloriosa. Una semifinal de Champions contra el Bayern de Munich en la que los madrileños no son favoritos y a la que el central llega magullado. Mejor. Otro escollo. Un nuevo desafío para ese niño que un día decidió no jugar al fútbol nunca más, pero aprendió a nadar cuando ya se lo llevaba la corriente.
El Mundo

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