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CAUSA ABIERTA

Testigo terminó en un calabozo con rapiñeros que acusó en juzgado de Montevideo

Testigo terminó en un calabozo con rapiñeros que acusó en juzgado de Montevideo

En el Centro de Instrucción Criminal (CIC), lugar donde funcionan los juzgados penales situado frente al Teatro Solís, se aplica un protocolo que impide que los testigos se crucen con los acusados o con sus familiares.

Los operadores judiciales enfrentan cada vez mayor renuencia por parte de los testigos a declarar sobre ilícitos que ocurren en sus barrios. Los principales motivos de ello son: el miedo a represalias, una larga espera y ver, en algunas ocasiones, que los delincuentes se van antes de la sede por falta de pruebas.

Sin embargo, al mediodía del domingo 10 ocurrió un incidente en el Centro de Instrucción Criminal que colide con todas las normas de seguridad que pretende imponer la Suprema Corte de Justicia (SCJ) para que los testigos y acusados tengan todas las garantías del debido proceso.

Ese domingo el carcelaje "hervía" de detenidos, según relató un operador judicial. La mayoría de ellos eran personas acusadas por robos y rapiñas.

Como un "efecto espejo", la vereda que da a uno de los laterales del Teatro Solís (Bartolomé Mitre casi Buenos Aires) estaba llena de familiares y amigos de los detenidos.

En la "jerga" tumbera, esa espera se denomina como "el aguante".

Ese domingo 10, una jueza penal investigaba una rapiña ocurrida en un barrio periférico de Montevideo. Un testigo del asalto declaró ante la magistrada actuante y la representante de la Fiscalía. Luego, una funcionaria judicial le dijo que debía aguardar en una sala de espera porque luego pasaría a realizar el reconocimiento del detenido.

El procedimiento es similar al que se observa en las películas policiales: el sospechoso posa junto con otros tres individuos que no tienen ninguna relación con el caso.

A dos metros, hay un enorme vidrio espejado. Detrás del espejo se ubican el testigo, la jueza, la fiscalía y otros operadores judiciales.

El testigo señala al acusado si lo reconoce. En caso contrario, debe manifestarlo. Muchas veces, si no hay otras pruebas, el acusado queda en libertad.

El protagonista de esta historia no pudo realizar el reconocimiento en el momento en que estaba dispuesto. Mientras caminaba hacia la sala de espera, fue interceptado por una agente policial.

"¿Qué hace usted aquí?", le increpó la policía. "Soy un testigo", le respondió el hombre. Y enseguida agregó: "Acabé de declarar ".

La agente policial lo miró fijamente. Supuso que su interlocutor mentía. "Qué testigo ni testigo. Usted se va para el carcelaje", ordenó la agente policial.

El hombre insistió: "Recién terminé de declarar ante la jueza y una funcionaria me dijo que debía esperar en la sala de espera para hacer un reconocimiento".

La policía lo tomó de un brazo y lo llevó hasta el carcelaje. La puerta se abrió y se cerró en menos de dos segundos.

El testigo se encontró, frente a frente, con el rapiñero que acusó minutos antes ante la jueza penal. Y el asaltante lo sabía.

Poco después, el testigo quedó solo con todos los detenidos. Fue insultado, amenazado y salivado, hasta que otro funcionario policial, advertido del error, lo sacó del carcelaje.

La funcionaria que lo introdujo en el recinto, sin pedir instrucciones ni autorización a nadie, se basó en que el declarante usaba "chancletas" y pensó que era un preso y no un testigo.

El testigo que terminó en el carcelaje con los rapiñeros que denunció

Más de 150 testigos protegidos declararon ante la Justicia desde que se creó esa figura en el año 2000. En los últimos años, testigos protegidos participaron en expedientes penales muy sonados: la investigación por corrupción de un jefe de Policía de Lavalleja, recientes ajustes de cuentas en el Casabó y en 40 Semanas, el crimen del taxista que fue encontrado en el auto incendiado, y una balacera entre bandas rivales en Cerro Norte.

Fuente El País

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