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CAUSA ABIERTA

La increíble historia del beduino que se convirtió en millonario sin saber su edad

La increíble historia del beduino que se convirtió en millonario sin saber su edad

No le pregunten su edad a Mohed Altrad. Puede que sea un multimillonario, pero no sabe cuántos años tiene. No hay registros. Anda por los 65, tal vez.

Y él mismo me contó su asombrosa historia en un lugar igualmente improbable: uno de los hoteles más lujosos de ese nido de lujo que es Monte Carlo.

El año pasado Altrad fue honrado con el título de Emprendedor Francés del Año. Y hace poco fue a Monte Carlo para recibir el título mundial, derrotando a otros 51 candidatos en el concurso anual organizado por la compañía de servicios Ernst and Young.

Fue ahí que me contó de su trayecto desde los harapos a las galas, en un inglés fluido que él habla despacio. No duerme mucho. Piensa y escribe bastante. Sobre su pasado. Y su presente.

Beduino, Altrad nació en el desierto sirio. Su padre era el líder de la tribu. Su madre, una mujer pobre y despreciada.

Su padre la violó, dos veces, y ella tuvo dos hijos: Mohed Altrad y un hermano mayor, quien murió a manos de su propio padre.

Su madre murió el día que él nació y Altrad pasó parte de su juventud en Raqqa, Siria, actualmente un bastión de Estado Islámico.

Ahí fue criado por su abuela, en la más absoluta pobreza. Ella asumía que el niño se convertiría en pastor, así que nunca pensó en mandarlo a la escuela.

El curioso joven, sin embargo, veía a otros estudiar y eso lo intrigaba. Espió el aula de clases a través de un agujero en la pared y pudo ver la caligrafía en la pizarra, aunque no pudo leerla.

Persistió y finalmente fue a la escuela. Era inteligente, sacaba buenas notas. Tan buenas que sus compañeros se enojaron cuando el humilde pastor quedó como el primero de la clase.

Lo llevaron al desierto donde cavaron un hoyo en el que lo enterraron de cabeza antes de salir corriendo.

Quién sabe cómo, Altrad logró liberarse y escapar. "El instinto de supervivencia", dice.

Y su suerte empezó a cambiar: una pareja sin hijos lo tomó bajo su protección; volvió a la escuela, siguió sacando buenas notas.

Siempre en Raqqa, la ciudad que ahora es la capital de Estado Islámico: una situación que a él lo entristece.
Estudios y empresas

Hace 60 años, sin embargo, la situación en Siria también era complicada: gobernaba el país una dictadura militar influenciada por Francia y la Unión Soviética.

Altrad consiguió una plaza en la Universidad de Kiev, pero luego le dijeron que su curso ya estaba lleno. Y en lugar de viajar a la URSS se fue a estudiar a una de las universidades más antiguas de Europa, la Universidad de Montpellier, en Francia.

Llegó tarde en una fría noche de noviembre. No hablaba una sola palabra de francés. Pero eso no logró detenerlo.

Eventualmente obtuvo un doctorado en ciencias informáticas, trabajó para algunas de las principales compañías francesas, obtuvo la nacionalidad gala y empezó a trabajar para la Compañía Nacional de Petróleo de Abu Dhabi, donde no había en qué gastar el dinero que ganaba.

Así que ahorró. Se moría por hacerse cargo de su propio destino.

De regreso en Francia ayudó a fundar una compañía que fabricaba computadoras portátiles "del tamaño de una maleta", cuenta. Cuando la vendió, obtuvo más capital.

Más tarde, junto a un socio compró un pequeño negocio de andamios para la construcción. Por un franco y muchas deudas. La empresa perdía muchísimo dinero.

"No es la última tecnología, pero andamios siempre van a hacer falta", pensó. Y los pequeños contratistas que compraban o alquilaban sus postes metálicos también necesitaban carretillas y mezcladoras de cemento. Así que le agregó otra pata a la empresa.

E incentivando al personal con bonos vinculados a su desempeño los dos socios lograron revertir la tendencia: la compañía empezó a generar dinero.

Altrad uso el dinero para expandirse, comprando otras compañías en lo que entonces era una industria local muy fragmentada que se estaba consolidando a pasos agigantados.

También se esforzaba por tratar bien a sus empleados, pidiéndole que respetaran una lista de principios que había que suscribir al momento de ser contratados.

Empezó a expandirse fuera de Francia, pero siempre en el mismo negocio y siguiendo los mismos principios: a los andamios le sumaba todas las cosas que los constructores necesitaban.

En un plazo de 30 años la pequeña empresa creció hasta llegar a incluir 170 compañías bajo el paraguas "Altrad". 17.000 empleados. US$2.000 millones anuales de cifra de negocios. US$200 millones de ganancia.

Y ahora acaba de duplicar el tamaño de la empresa comprando a un rival holandés.
La felicidad como objetivo

Mohed Altrad también es el presidente y copropietario del equipo de rugby de su ciudad adoptiva, Montpellier.

Pero a pesar de sus éxitos y reconocimientos sigue siendo un líder fundamentalmente silencioso y muy considerado con sus empleados.

"Usted puede preguntar por qué estoy haciendo esto", dice.

"Nunca ha sido por dinero. Estoy tratando de desarrollar un emprendimiento humanista para hacer feliz a la gente que trabaja para mí", es su respuesta.

"Si son felices son más eficientes, mejores trabajadores y tienen una vida mejor", explica.

Eso, dice, es lo que las compañías deberían intentar. "Si soy feliz, trabajo mejor", insiste.

Altred también cree que el crecimiento de una empresa tiene que ser financiado por sus propias ganancias: "Si uno va a los mercados financieros, se vuelve esclavo de los bancos".

Y aunque su compañía ha estado detrás de la consolidación de una industria local muy fragmentada, él trata de que no se comporte de forma monolítica.

"Una compañía es una identidad, un pedazo de historia: es sus productos, sus clientes", dice.

"La tendencia general de grandes grupos, como el nuestro, es moldear (a las compañías que compra) y hacerlas más o menos iguales. Pero eso va contra mi concepto", explica.
Declaración de principios

O sea que las compañías del grupo Altrad conservan sus nombres e identidades.

Todas comparten, sin embargo, lo que Mohed Altrad llama una declaración de principios, que los nuevos reclutas deben endosar… o mejorar.

"Es un emprendimiento humano", dice.

"Si uno está interesado en una mujer y su primer impulso es decirle que no se vista así, que no use ese maquillaje, ¿qué está haciendo? Es exactamente lo mismo cuando uno compra otra compañía", ejemplifica.

Altrad también usa sus noches de insomnio para escribir libros, incluyendo algunos de economía.

También escribió una novela autobiográfica, titulada "Beduino", que fue seleccionada por el ministerio de Educación francés para ser de lectura obligatoria en la escuela.

Su historia tiene especial resonancia en Europa, donde el tema de la migración es cada vez más importante.

"Aquí estoy frente a usted", me dijo. "Pero puede decir que tengo más de 3.000 años de vida. Es la vida del desierto, que tiene sus propias reglas, que empezó hace 3.000 años".

"Hablar con usted en este lugar tan bonito todavía se me hace extraño. Ese sentimiento está en mi sangre, en mi vida cotidiana".

Mohed Altrad es consciente de que cualquier cosa puede pasar, en cualquier momento, por lo que siempre tiene algo de miedo.

"Pero el sentimiento de libertad también está ahí, siempre", agrega.

Le pregunto si ahora es feliz. "En realidad no", contesta.

"Tengo una deuda con la vida que ahora sé nunca voy a poder pagar: devolverle la vida a mi madre, quien no tuvo vida. La suya fue una vida muy corta… 12, 13 años. La violaron dos veces. Vio morir a uno de sus hijos. Ella murió el día que yo llegué", le dice a la BBC.

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