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CAUSA ABIERTA

Dice periodista de Brasil: "Si yo fuera Joseph Blatter, habría entregado la Copa del Mundo a Uruguay al final del partido con Ghana"

Dice periodista de Brasil: "Si yo fuera Joseph Blatter, habría entregado la Copa del Mundo a Uruguay al final del partido con Ghana"

Y entonces el juez cobró una falta que no existió. No me acuerdo quién fue. Lo cierto es que la pelota fue al área celeste. Muslera salió mal. Quedó para el ghanés, que le pegó con la rodilla. Adiyiah consiguió el rebote y pateó al arco. Y Suárez atajó. Suárez, el delantero, atajó. Penal a favor de Ghana. Uruguay se clasificó.
Cuando un jugador profesional, sobre todo un jugador importante como Suárez, ataja con la mano una pelota en el último minuto del alargue, está apostando toda su fe a la esperanza. Si la pelota pasa, se acabó el campeonato. Se necesita un último recurso, una última oportunidad, la carta definitiva. Es a muerte. Así le enseñaron a jugar a Suárez y por eso no dudó. Atajó la pelota. Salió llorando. ¿Eliminó a Uruguay de la Copa? No, lo clasificó a las semifinales.
Ocurrió eso porque Suárez le dio una última oportunidad a la mística. Schiaffino sonrió. El Negro Obdulio vibró. El Vasco Cea, Nasazzi, Abdón Porte... todos se pararon enfrente de Asamoah Gyan, uno de los delanteros más brillantes de este Mundial y dijeron ¡no!. Adelante de Muslera estaban Gyan, las vuvuzelas, toda África, el mundo y todo el destino posible. Toda la lógica. Un penal a los 15 minutos del alargue. Se acabó. ¿Se acabó?
Travesaño.
Y Suárez apareció vibrando. Solito. Sin abrazar a nadie. La mayor vibración de tu vida, tal vez. El mayor alivio, ciertamente. Vibrando solo, a la salida del túnel. Sin nadie para acompañarlo, excepto un incrédulo delegado de la FIFA. Suárez atajó la pelota, clasificó a Uruguay y escribió su página en la historia de todas las Copas del Mundo. Suárez podría ser un delantero promisorio del Ajax. Se convirtió en leyenda.
Uruguay-Ghana, hasta ahora el mejor partido del Mundial, y tal vez, de los últimos cuatro mundiales. No sé de cuántos, es difícil decirlo, pero el hecho es que se trataba de dos equipos que, conscientes de sus limitaciones y de las enormes ganas de hacer historia se jugaron la oportunidad de escribir un nombre en el libro eterno de la FIFA. Uruguay y Ghana daban las gracias por estar allí, cuando entraron a la cancha y lucharon por la historia cada segundo del partido. Marcaron, mucho, demasiado. Atacaron todo el tiempo. Era allá y acá. Disparos a rolete. 200 córners uruguayos, oportunidades y oportunidades. La jabulani no paraba.
El gol de Ghana fue al final del primer tiempo, merecido, fue un gran primer tiempo. Pero Uruguay volvió mucho mejor en el segundo y, con una pelota parada, una falta de Forlán, consiguió el gol. 1 a 1. Resultado justísimo. En el alargue, dos equipos agotados seguían intentando. ¿Por qué no se mata a los caballos?. Isner y Mahut. Lo intentaba, lo intentaban, lo intentaban sin cesar. 1 a 1. Alargue.
El escenario descrito en el primer párrafo de este texto podría resumir todo lo que fue ese Campeonato del Mundo, pero había más. Había una definición por penales. Ghana jugando al África y Uruguay jugando a la mística. Jugadores de segunda en el contexto mundial, en aquel contexto que escribe tapas de revistas, de videojuegos, de películas, de banners de propaganda de ropa deportiva. Ninguno de ellos estaba en la cancha. Eran dos equipos. Quizá no tan grandes en el fútbol, pero gigantes en la fuerza de voluntad, que hicieron del fútbol un deporte mayor aún. Porque intentaron sin desistir jamás.
Asamoah Gyan, que había errado un penal, no se acobardó y fue el primero a tirar. Y convirtió. Y Uruguay fue convirtiendo. Pero en el arco estaba Fernando Muslera, de camiseta amarilla. Que atajó el penal de Mensah y otro más. Para terminar, el Loco Abreu. Hay miles de maneras de tirar un penal decisivo. El Loco Abreu decidió dar un piquecito. 4 a 2.
Galeano va a escribir una Biblia sobre este partido. Mario Benedetti, si viviera, escribiría una antología. Schiaffino y Obdulio sonríen desde arriba. Es la mística celeste que está de vuelta. En el desplante del Loco Abreu, en la garra de Forlán, en la inteligencia decisiva de Muslera.
Y especialmente, en el coraje de Luis Suárez.
Si yo fuera Joseph Blatter, habría entregado la Copa al final de ese partido.
Se acabó la Copa.
Hasta la victoria.
Luis Felipe dos Santos (periodista brasileño)

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