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CAUSA ABIERTA

El efecto negativo de alabar mucho a los niños

El efecto negativo de alabar mucho a los niños

"Eres tan inteligente". "Eres lo mejor". "Eres increíble". Estamos acostumbrados a alabar continuamente a nuestros hijos, seguros de que así afirmamos su autoestima. Pero según el libro "Nurture Shock", que se acaba de publicar en Estados Unidos, la excesiva adulación puede tener un efecto adverso al que buscamos. "Son niños que no conocen la palabra esfuerzo ni menos su importancia. Que no corren riesgos, no persisten y pueden tener peores resultados académicos", dice el autor, Po Bronson, en entrevista exclusiva para Revista Ya.  
Fue una revolución. En febrero de 2007 el escritor bestseller, investigador y columnista norteamericano Po Bronson escribió el tema de portada del New York Magazine persiguiendo la siguiente tesis: "Decirles todo el tiempo a los niños que son inteligentes tiene un efecto negativo en ellos: en vez de alentarlos a hacer cosas y a salir adelante, los paraliza y baja su rendimiento escolar". El blog de esa revista explotó con cientos de lectores que no podían creer lo que estaban leyendo. Con los comentarios incrédulos de cientos de madres que habían dedicado su vida a decirles a sus hijos: "Qué inteligente eres", precisamente para reforzar su autoestima y prepararlos para los desafíos futuros.
Fue tanto, que este artículo de Po Bronson se convirtió en el más leído en toda la historia del New York Magazine y hoy -ampliado y editado gracias a nuevas investigaciones- es el primer capítulo de su sexto libro: "Nurture Shock: New thinking about children", que en Estados Unidos ha sido catalogado como una revolución respecto de todo lo que sabíamos acerca de ser padres y uno de los volúmenes imperdibles de este año, sobre todo porque las teorías que persigue están fundamentadas en importantes estudios científicos que las avalan.
En gira por Estados Unidos promocionando "Nurture Shock" -que coescribió con Ashley Merryman, periodista y doctora en Derecho en la Universidad de Georgetown- Po Bronson estuvo el 13 de octubre pasado en Nueva York invitado por la Liga de padres de esa ciudad. Ante una audiencia que copó el Templo de Israel, sinagoga en el Upper East Side de esa ciudad, explicó sus certeras teorías y se dedicó a firmar ejemplares de su libro. Luego, Po Bronson conversó con Revista Ya.
-Con Ashley estábamos investigando sobre el porqué de la motivación en los adultos y un día nos preguntamos de dónde sacaban los niños la confianza en sí mismos. Seguimos trabajando por esta nueva arista, que finalmente se convirtió en el artículo de portada del New York Magazine. Lo que aprendimos nos sorprendió, pero al mismo tiempo nos desorientó. Antes de esto, éramos como todos los padres -cada uno tiene su familia-, y estábamos convencidos de que teníamos que remarcarles a nuestros hijos lo brillantes que eran, para construir su autoestima. Pero destapamos todo un cuerpo de la ciencia que argumenta que este hábito juega en contra de ese objetivo. Que, finalmente, mella la confianza de los niños en sí mismos. Con tres años de investigación que nos avalan, la premisa central de nuestro libro es que muchas de las estrategias de la sociedad actual en cuanto a crianza tienen un efecto adverso del que perseguimos porque investigaciones científicas claves han sido pasadas por alto -dice.
"No conocen la importancia del esfuerzo"
En su libro, Po Bronson comienza contando la historia de Thomas, alumno de quinto grado del Anderson School, un colegio ultra competitivo en el Upper West Side de Nueva York. Desde que Thomas comenzó a caminar, empezó también a escuchar cuán inteligente era. Cuando hizo la prueba de ingreso a su colegio -que incluso exige el test de coeficiente intelectual- sus padres descubrieron que Thomas era el uno por ciento entre el uno por ciento de los niños más inteligentes del establecimiento. Pero mientras transcurrían los años de colegio su convencimiento de que era un niño brillante no se traducía en una fiera confiaza en sí mismo cuando enfrentaba los deberes escolares. Por el contrario, su padre se daba cuenta de que le estaba ocurriendo todo lo contrario. "Thomas no quería hacer cosas en las cuales no tuviera éxito inmediato. Cuando las cosas le eran fáciles estaba todo bien, pero cuando algo presentaba alguna dificultad se rendía inmediatamente y decía: No soy bueno en esto", relató el padre de Thomas a Po Bronson durante su investigación.
-De un momento a otro, Thomas comenzó a dividir el mundo entre las cosas que podía hacer y las cosas que no podía hacer-, dice Po Bronson. Y añade en su libro: "Cuando Thomas estuvo por primera vez frente a las fracciones, se resistió a hacerlas. En tercer grado, cuando tuvo que empezar a escribir con letra cursiva, ni siquiera quiso tratar, durante semanas. Su padre intentó razonar con él: "Mira, no sólo porque eres inteligente no significa que no tengas que hacer un esfuerzo". Finalmente logró escribir en cursiva, pero con un enorme empuje de su padre por detrás".
Po Bronson asegura que Thomas no es un caso único en el mundo. Que durante décadas niños comprobadamente llenos de talentos y aptitudes han subestimado gravemente sus habilidades. Y que eso los lleva a esperar menos de sí mismos y a ponerse pocas metas. Dice también que son niños que no conocen la palabra esfuerzo ni menos la importancia de ella y que sobreestiman la ayuda que necesitan de sus padres.
-Cuando los padres alaban la inteligencia de sus hijos, creen que están solucionando este problema. De acuerdo a un estudio conducido por la Universidad de Columbia, el 85 por ciento de los padres norteamericanos cree en la importancia de recalcarles a sus hijos lo inteligentes que son. Según yo (aunque ésta no es una aseveración científica), el porcentaje llega al ciento por ciento. Todos estos niños están saturados con el mensaje de que son innatamente increíbles, buenos, inteligentes. Lo que los padres presumen es que de esta manera sus hijos no se verán intimidados por los desafíos académicos. Pero darles a los niños la etiqueta de inteligentes no previene los malos resultados. Por el contrario, podría estarlos provocando.
La doctora en psicología de la Universidad de Columbia Carol Dweck (hoy en Stanford) es una de las más importantes investigadoras en este tema, y una de las principales fuentes del libro de Po Bronson. Su primer gran estudio fue publicado en 1994, y durante los diez últimos años estudió los efectos de la excesiva adulación en veinte colegios de Nueva York.
A los niños de quinto grado se los dividió en dos grupos. Al primero se los alabó reiteradamente por su inteligencia y al segundo grupo, por su esfuerzo, al realizar determinada prueba. La segunda parte del experimento consistió en darles a elegir entre una serie de tests, unos más difíciles que otros. Los niños del grupo del "esfuerzo" eligieron los más difíciles. Los niños "inteligentes", los más fáciles. ¿Qué ocurrió? Carol Dweck escribió en su informe: "Cuando adulamos a los niños por su inteligencia, les estamos diciendo que también tienen que parecer inteligentes, que no se pueden arriesgar a cometer errores, porque sería vergonzoso para ellos".
 La tercera parte del experimento consistió en enfrentar a ambos grupos a una prueba para niños de séptimo grado, dos más que ellos. Obviamente, a todos les fue mal. Pero los niños del grupo del "esfuerzo" pusieron todo su empeño en terminar la prueba e incluso algunos decían que les había "encantado". Por el contrario, los niños del grupo de los "inteligentes" asumieron que su falla se debía a que en realidad no eran tan capaces como pensaban. "Sólo mirándolos, se podía ver su tensión. Estaban sudando y se sentían miserables", escribió Dweck.
-Cuando enfatizas en el esfuerzo, le das al niño una variable que puede controlar. Ese niño comienza a verse a sí mismo en control de su éxito. Al enfatizar en su inteligencia natural le quitas el control sobre lo que puede o no hacer, y no le entregas herramientas para sobreponerse al fracaso -concluye Carol Dweck en su estudio.
Asimismo, en entrevistas con estos mismos niños la especialista se dio cuenta de que aquellos que piensan que la inteligencia innata es la clave del éxito, le restan importancia al esfuerzo: "Soy súper choro, no necesito esforzarme", dicen.
-Además, estos jóvenes piensan que mostrar que están luchando por lo que quieren los degrada ante los ojos de los demás: sus compañeros y la profesora pueden pensar que en realidad no son tan brillantes, y eso los avergüenza-, dice Po Bronson.
En la Life Sciences Secondary School, en Harlem, Nueva York, también aplicaron las teorías de Carol Dweck durante un semestre, con el objetivo de mejorar el rendimiento de los alumnos en matemáticas.
El grupo de niños estudiados se dividió en dos. Al grupo de control se le enseñaron métodos de estudio. Al segundo, estos mismos métodos, pero, además, tuvieron un módulo especial en que se les enseñó que la inteligencia no es innata. Entre otras cosas, supieron que el cerebro desarrolla nuevas neuronas cuando es desafiado. La diferencia entre los dos grupos no demoró mucho en notarse. En apenas un semestre el grupo de estudio mejoró sus notas, y alumnos que iban en picada en sus resultados en matemáticas revirtieron esta tendencia.
Po Bronson dice en su libro: "La única diferencia entre el grupo de control y el grupo de estudio fue un total de 50 minutos en que los segundos aprendieron que el cerebro es un músculo. Y que mientras más trabajo le das a este músculo, más inteligente te vuelves. Sólo saber esto hizo que mejoraran su rendimiento en matemáticas".
El dilema de la autoestima
En su libro, Po Bronson señala que desde que en 1969 se publicara "The Psychology of self-esteem" ("La psicología de la autoestima"), de Nathaniel Branden, socialmente se cree que una autoestima positiva evita muchos problemas, desde la dependencia al alcohol hasta el embarazo adolescente. Según Po, estos argumentos se tradujeron en que la autoestima se convirtió en un tren con los frenos cortados, que arrastra con todo a su paso, sobre todo cuando se trata de niños. "Cualquier cosa que fuera en contra de la autoestima de los menores fue exiliada. Las competencias no fueron vistas con buenos ojos. Los entrenadores deportivos comenzaron a darles medallas a todos, ganadores y perdedores. Los profesores botaron sus lápices rojos. La crítica fue reemplazada por a veces una no merecida alabanza".
En este sentido -explica Po Bronson- los estudios de las doctoras Carol Dweck y Lisa Blackwell son un importante desafío a los principios de este "movimiento", que se sostiene en que la alabanza, la autoestima y la mejora en el rendimiento suben y bajan de manera simultánea. "Pero -señala Po Bronson- la autoestima no se construye de la nada, nunca. Es la consecuencia de los éxitos de los niños, y no la causa de los éxitos de los niños".
Desde 1970 hasta 2000 fueron publicados cerca de 15 mil artículos acerca de la autoestima y su relación con todo lo que nos rodea, desde el sexo hasta el avance en la carreras profesionales. Por eso, en 2003 la Association for Psychological Science le pidió al doctor Roy Burmeister -entonces un ferviente creyente del poder de la autoestima- que revisara esta literatura y sacara un informe.
-Su conclusión fue que tenerla alta no es sinónimo de éxito profesional. Que incluso no reduce la ingesta de alcohol. Y que, especialmente, no tiene relación con una disminución de la violencia de cualquier tipo. De hecho, las personas altamente agresivas y violentas suelen pensar muy elevadamente de sí mismas -dice Po Bronson en su libro.
Desde ese momento el doctor Baumeister se cambió al bando de la doctora Dweck y sigue con sus estudios en ese sentido. Y hay muchos más científicos que están dedicando su tiempo a seguir esta veta investigativa. Por ejemplo, el psicólogo alemán Wulf-Uwe Meyer, otro pionero en este campo, condujo una serie de estudios en que un grupo de niños observaba cómo otro grupo de alumnos recibía alabanzas de sus profesores. Lo que descubrió el científico fue que los niños no se sienten mejor con la adulación, sino que piensan que la profesora los está alentando porque tienen un problema. Por su parte, Daniel T. Willingham (Ph.D. en psicología cognitiva de Harvard) asevera que un profesor que está permanentemente alabando a un pupilo le está enviando el mensaje de que llegó al límite de sus capacidades naturales. Y, por el contrario, cuando un profesor critica a un alumno le está diciendo que puede dar aún mucho más de sí mismo.
La lista de científicos e investigaciones que siguen esta línea es mucho más larga. Pero, cabe preguntarse: ¿toda alabanza es negativa?
-Por supuesto que no -dice Po Bronson. Pero no toda alabanza es igual. Para que sea efectiva, tiene que ser específica. Decirle al niño exactamente qué hizo bien y no que "es increíble" sólo porque sí. Esto le da luces para saber cómo hacerlo la próxima vez. La sinceridad también es crucial. Según la doctora Dweck, el error más grande que cometen los padres es pensar que los estudiantes no son suficientemente sofisticados como para darse cuenta de sus verdaderos sentimientos e intenciones.
Y añade: "Según las investigaciones que conocimos, parece ser que la ecuación es 75/25. Si los niños escuchan el 75 por ciento de las veces que son inteligentes porque sí, los resultados son los que hemos hablado. Niños inseguros, que no se atreven a asumir riesgos. Por el contrario, si los niños escuchan un 75 por ciento o más que todo se trata del esfuerzo que hagan, de cuánto pusieron atención en clases, de cuánto practicaron sus ejercicios de matemáticas, se desarrollan de la manera que buscamos. Con una inteligencia positiva, capaces de llevar a cabo todo lo que se propongan por delante".
Por Ximena Urrejola B., desde Nueva York para El Mercurio.

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